Mill en Trafalgar Square

Mill en Trafalgar Square

Después de algunos años sin hacerlo, el pasado fin de semana regresé a Londres, ciudad de ciudades. Alojado a pocos metros de Leicester Square, como es costumbre siempre que visito la ciudad mi primera parada fue la National Portrait Gallery, donde puntual como un reloj suizo rendí mi particular homenaje al retrato de San John Stuart Mill. Nunca he dudado de que el mundo iría mucho mejor si todos hubieran leído y comprendido el significado de su On liberty o sus contribuciones al perfeccionamiento del utilitarismo. Pero las cosas son como son y probablemente nunca nadie querrá aprender pudiendo tan solo entretenerse. Y menos aún dudar pudiendo recrearse en los propios prejuicios.

Mi viaje londinense coincidió con la celebración del día del Orgullo, una fiesta que teóricamente conmemora el aniversario de la revuelta de Stonewell, en Nueva York y que, en la práctica, como pasa con los Sanfermines, con la Navidad o con cualquier otra efeméride popular es una excusa como cualquier otra para juntarse y liarla parda. Siendo como somos los únicos animales en la Tierra conscientes de que tarde o temprano habremos de morir, es normal que cualquier pretexto sea bueno para celebrar el éxito de seguir vivos, entregándonos a los placeres dionisiacos antes que a este o aquel debate sobre los límites entre lo mundano y lo divino.

People take part in the 2024 Pride Parade on its way through Trafalgar Square in London, Britain, June 29, 2024. REUTERS/Isabel Infantes

  

Isabel Infantes / Reuters

Que la fiesta gay ha evolucionado con vocación aparentemente inclusiva lo confirma la propia mutación de su tela identificativa. Desde que el 1978 Gilbert Baker diseñó su icónica Rainbow pride flag, el movimiento homosexual ha ido incorporando matices a su bandera, primero, en 1999, con la aparición del movimiento trans y últimamente comprometiéndose a favor de las personas LGBTIQA+ racializadas o portadoras del VIH. Sobra decir que, aunque gay, siendo como soy un hombre del siglo XX, ni por asomo me veo capaz de descifrarles el significado del endiablado acrónimo que acabo de citarles.

También me parece digno de mención que tanto en Trafalgar Square, este año, como el año pasado en Kaufmann Street en Tel Aviv, como en mis habituales desfiles en Madrid o en Barcelona, el Pride ya no convoca solo a gais, lesbianas y trans, sino que consigue reunir a personas de todas las edades y condición, homosexuales y heteros, padres e hijos, dispuestos todos a festejar la diversidad. Nótese también, por cierto, que, si a los de Hamas les hubiera dado por atentar contra Israel en esa fiesta de junio y no en la del 9 de octubre, posiblemente quien hoy escribe este artículo estaría engrosando la nómina de esquelas de este diario. Ahí queda dicho, por si son de los que en la vida toman partido a la ligera.

El Pride ya no convoca solo a gais, lesbianas y trans; reúne a personas de todas las edades y condición

Mientras yo campaba por Inglaterra, aquí en España el Orgullo era una excusa más para la habitual bronca política entre diestros y siniestros. La alcaldesa de València se desgañitaba intentando justificar su torpe comparación del Orgullo con el día del Alzheimer. Los de Vox, siempre ayudando a desfacer entuertos, insistieron en que “no vamos a consentir que las banderas del movimiento LGBTIQA+ cuelguen en nuestros balcones”. Y pocas horas antes, el alcalde Martínez Almeida tuvo que justificar un cartelito que asociaba el Pride al cachondeo (¡a quién se le ocurre!). Paradojas de la moral de izquierdas, el cartel de Semana Santa de Sevilla, con un Cristo que lo era todo menos religioso, resultó graciosísimo. En cambio, asociar el Orgullo a lo underground … un escándalo. ¡Si Ocaña levantara la cabeza!

Con perdón de los guardianes de la ortodoxia, confieso que yo que acabé la tarde entre risas, bailes y otros excesos, aunque quizás sufriendo un poco por el pobre almirante Nelson, allí plantado en pleno follón en su columna de Trafalgar Square. Afortunadamente, al día siguiente, cuando salimos a contemplar el campo después de la batalla, el militar permanecía impertérrito en su puesto, aunque toda la cartelería del Pride ya había mutado en lo que a primera vista nos pareció una especie de homenaje a Canadá. Liberales y multiculturales como son los ingleses, después de ceder el sábado a la parada gay, qué mejor que destinar el domingo a la siguiente causa noble de turno. ¡Y tan felices! Con tanto cabestro dispuesto a apropiarse de banderas, plazas y balcones como corre por Europa, qué paz constatar que en algún lugar del mundo… la convivencia todavía es posible simplemente con la tolerancia de John Stuart Mill.

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