Adivina, adivinanza: ¿cuál es la más sigilosa y ruin de las criaturas? ¿El más alevoso, pérfido y judas de los bichos que se te meten dentro de casa, y que acechan, escondidos en un rincón, hasta que te duermes, inocente y vulnerable, para clavarte un aguijón en la espalda, en los brazos desnudos o, como en mi caso anoche, en medio del labio? A mi parecer la respuesta es inequívoca: los mosquitos.
Aunque tendría que especificar que a mí los mosquitos me pican con inconstancia, caprichosos, volubles y antojadizos. Algunos días me devoran; otros, me ignoran. Como los malos novios. Y aunque pueda parecer media suerte, la inconsistencia no ayuda. Me hace despistada, poco preparada, olvidadiza. Enseño las piernas por la noche y olvido el espray antimosquitos. Pero si bien los podría disculpar, e incluso agradecer, la deslealtad y el lunatismo, el estorbo del sueño me parece absolutamente imperdonable. El sonido terrible del maldormir, el zumbido del apocalipsis que te fuerza a taparte con las sábanas como una momia; una aberración. La decisión entre resistir y aferrarse al adormecimiento o encender la luz y no volver a apagarla hasta cazarlos; una epopeya, en la que en general, si vence el cansancio, gana la bestia. Y así es como me he levantado hoy, con el labio superior tan embutido que parecía el de una Kardashian.
Que nadie me imagine clemente: mosquito que vea, mosquito que será perseguido
Este mediodía mientras todavía me lamía la inflamación, Leonard Cohen cantaba: “I lit a thin green candle / To make you jealous of me/But the room just filled up with mosquitoes / They heard that my body was free” (“Encendí una vela verde y fina / para darte celos, / pero la habitación se llenó de mosquitos / que habían oído que mi cuerpo estaba disponible”).
Durante una milésima de segundo he estado a punto de cambiar de canción, convencida de que la pasada noche tuve bastantes mosquitos para todo lo que queda de verano. Pero después me lo he repensado, y le he reído la broma interna con los brazos levantados en señal de rendición ante el gesto maravilloso y la capacidad humana de convertir cualquier cosa, cualquier experiencia, por terrible, o insignificante, o ridícula que sea, en un artefacto creativo capaz de trascenderlo todo.
Eso sí, si bien soy apreciadora, que nadie me imagine clemente. Mosquito que vea, mosquito que será perseguido.