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Bares y bares

UP & DOWN

Up

▲Más que un bar, un coworking. En cada mesa un ordenador, una taza con un latte, un té o un capuccino que se hace durar mucho. En Barcelona hay unos 10.000 bares y restaurantes pero la definición clásica de bar, un lugar de encuentro, para tomar alguna cosa o desayunar antes de ir al trabajo, ya no encaja en muchos de los nuevos y transformados locales. Son bares donde se mide de forma exacta e invariable la cantidad de leche que se mezcla con el café, se dibujan corazones a la superficie de la taza y a los que se va básicamente a trabajar. Se hacen encuentros profesionales, presenciales o a distancia, se consulta el móvil y se alimentan las redes sociales. Siempre con mucho más silencio del que sería propio de un bar. En realidad lo utilizan como oficina, a veces sin más remedio. 

Clientes de una cafetería, trabajando 

Paula Sama / Archivo

Muchos de los clientes que ocupan las mesas de madera comparten piso y solo tienen una habitación poco cómoda o con un wifi inestable, quizá los compañeros de piso hacen demasiado ruido, o simplemente les gusta mostrar al resto de trabajadores de la empresa –que están a miles de kilómetros de aquí– la buena vida que tienen en Barcelona. Esta clientela ha animado el proceso creciente de elitización, nortificación e internacionalización de los bares de la ciudad. Un proceso paralelo al aumento de población extranjera, que ya llega al 25%. Y cuántos más bares por guiris, más fuerte es la necesidad de preservar los bares que hace años quizá habríamos menospreciado e incluso evitado, los de toda la vida, los de barrio, donde aún se pueden encontrar cervezas por menos de 2 euros.

Down

▼Es el caso del bar Amsterdam, en Ciutat Meridiana, uno de los pocos locales de la zona norte de la ciudad, donde hace un par de semanas un grupo de periodistas celebramos el bautizo de la biblioteca del barrio que ahora lleva el nombre de nuestra compañera, Mària Sánchez. Un bar que, por suerte, no parece haber cambiado demasiado en los últimos años y donde todavía toman nota con perfecta exactitud y sin repreguntar ni una sola vez con la típica libretita de toda la vida. Tampoco ha cambiado demasiado el bar de la calle de Espronceda (creo que no tiene ni nombre) en Sant Martí, donde a veces quedo con un amigo que trabaja en una obra próxima. Allí, como al bar Amsterdam, no se va a trabajar, no hay ni un ordenador sobre la mesa. Al contrario, allí se hace una pausa en medio de una jornada de trabajo dura. Es el momento de hablar de otras cosas, de socializar y de hacer bromas. Aquí se desayuna con cerveza o refrescos, el café, sin filigranas, se sirve con vasito de vidrio y se toma después de los bocadillos, que llegan a los dos palmos. Hay ruido, el de los clientes y el de la tele con los programas matinales a todo trapo, pero el propietario ni se inmuta, parece llevar muchos años detrás de aquella barra. Probablemente, estos bares no saldrán en las listas de los mejores locales de Barcelona, pero se han convertido en auténticos reductos, en sitios que preservan parte de la esencia de la ciudad y donde entrar está convirtiéndose, tristemente, en una experiencia tanto única como exótica.