Las personas que leen prensa veraz saben lo que se juega en las elecciones al Parlamento Europeo. Conocen las razones por las que hay que votar y lo que hay que votar. Otras personas, generalmente no lectoras de prensa fiable, ignoran estas razones, bien sea porque las desconocen, bien porque las suyas son otras: llámeseles euroescépticos o euronegacionistas. A unos Europa no les importa. A los otros la Europa que les importa es la que afloje o disuelva sus lazos de unión y los estados refuercen su nacionalismo con mano de hierro. Lo llaman libertad y es individualismo. Lo llaman igualdad y es uniformismo.
Sería toda una paradoja que, en este año del tercer centenario del nacimiento de Kant, quien propugnó una federación internacional de paz, la unidad y la paz europeas conseguidas hasta ahora retrocedieran bajo el avance del euronegacionismo. A estos hay que recordarles que su nacionalismo extremo se vuelve contra el propio interés nacional, y el suyo en particular, cuando apoyan opciones que prometen menos Europa y más autoritarismo. Porque con el voto europeo nos jugamos no solo las libertades y los derechos, la justicia social, el bienestar y la paz por vía de acuerdos –asuntos de poca o nula importancia para un euronegacionista–, sino cosas que al que se tiene por muy patriota le han de importar como patriota y también por su propio interés personal.
Lo llaman libertad y es individualismo; lo llaman igualdad y es uniformismo
Si se vota a la derecha extrema, el resultado puede ser que todos experimentemos en las propias carnes lo siguiente: más impuestos para la compra de armamento al amigo norteamericano; más dependencia de este amigo; vuelta al servicio militar obligatorio; intervención sobre medios y contenidos audiovisuales; limitación del acceso a internet; control de la prensa; censura de espectáculos; menos libertad para reunirse y salir a la calle; agravamiento de las fuentes de contaminación en el medio inmediato; retirada de medidas contra el cambio climático; dificultad para contratar trabajadores y cuidadores familiares de origen inmigrante; tolerancia del maltrato animal; menos ayudas al campo y la pequeña industria; recorte de becas y del estudio en el extranjero; problemas para la expresión sexual y de género. Aunque uno no crea en Europa, es de suponer que todo eso sí le importa. Y si no le importa, no es patriotismo sino cortedad de miras.