Volver al gris

Volver al gris

Me cuesta entender por qué la sociedad estigmatiza el trastorno mental cuando se trata de sujetos anónimos que no dañan a nadie salvo a ellos mismos y, en cambio, lo ignora cuando se trata de quienes aspiran al poder o están en él. Demasiados votantes encumbran con su elección a políticos cuyo comportamiento roza y hasta sobrepasa la frontera de la psicosis. Si Milei y Trump son los dos exponentes más conocidos de la Internacional Enajenada, aquí contamos, desde Orriols hasta Ayuso, con un surtido de nombres que, sin compartir ideología, tienen en común los síntomas propios de las personalidades seriamente perturbadas: disociación de la realidad, mentira patológica, narcisismo y, por encima de todo, la construcción defensiva delirante típica de los síndromes paranoides (la de Putin respecto a Occidente es de manual). Importa poco si los síntomas son reales o fingidos, transitorios o permanentes: lo que importa es que el deseo de estos seres pintorescos es contagiarlos a cuantos más mejor. Y lo consiguen.

efe

 Isabel Díaz Ayuso 

Fernando Villar / Efe

Sería ideal tener al frente de los gobiernos a personalidades brillantes, singulares e interesantes, pero con la lucidez incólume. Pero está claro que no los merecemos (la prueba es que cuando los hemos tenido no hemos sabido conservarlos). Así que toca desear el mal menor: volver al gris. Un gris aburrido, pero sensato.

Un surtido de políticos tiene síntomas clásicos de ciertas perturbaciones mentales

Los seres grises son poco aficionados a la estridencia, huyen del humor fácil y del humor en general, de los vodeviles iluminados estilo Ayuso. No deslumbran ni parecen interesantes, pero pueden dedicarse a gestionar de forma más o menos competente la sanidad, la educación, el medio ambiente, los transportes o la agricultura, en fin, esas cosas grises que son el pan de cada día. Ahora los necesitamos. Les perdonaremos que no tengan gracia (mejor el silencio que un mal chiste), que no sean brillantes (mejor la sombra que la ceguera), que no tengan chispa (mejor eso que arder vivos).

Nos conformaremos con líderes cuya única cualidad sea el equilibrio mental. Y, si son mediocres, se lo ­perdonaremos también. Tal vez no sea lo ideal, pero al menos podremos salir por un tiempo del frenopático en el que los odiadores reales y virtuales de los partidos esperpénticos de uno u otro signo nos tienen a todos encerrados.

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