Discusión de bar sobre el futuro del rey de la pista. Hemos vivido tantas emociones con él. Demasiada felicidad. Nuestros corazones están tan unidos que nos vamos a comer el suyo a mordisquitos. Aquí mismo, en esta barra, con unas aceitunas. El mejor tenista de todos los tiempos en tierra batida pierde partidos. Y nosotros con él. Desolador. En este pequeño bar hay gente que está mal. Incluso sin haber visto jamás un partido de tenis completo. Ni diez minutos. Qué importa. La ciencia demostró lo que ya sabíamos en las oficinas, los dormitorios o los teatros: las emociones se contagian como virus. Así, igual que sentimos la electricidad de las victorias del deportista en nuestra espina dorsal, con un poco de voluntad podemos mascar sus derrotas. Esa raqueta la hemos sujetado con nuestras propias manos en reveses alucinantes, golpes fabulosos que nos han levantado la dopamina en las horas más perras. Esa raqueta la llevamos dentro, nos la tragamos cuando era imbatible. Hoy, la decadencia del tenista genial también nos pertenece. Y en este bar, entre aceitunas, se decide su futuro por él.
Un aficionado verdadero, que bebe sidra, está muy tocado con la derrota del otro día y le exige una retirada inmediata. Argumenta vehemente, con un paralelismo ciclista, que nadie querría ver a Induráin al final del pelotón. No queremos verlo perder, es demasiado triste, que se retire ya, dice, portavoz de lo que parece el sentir general de esta barra. Hasta que otro tipo siembra la confusión, diciendo que el gran jugador ha declarado que, en realidad, quiere seguir jugando; que se retira pero que no se retira. Contradicciones consecuentes que sirven a la joven camarera para ponerse estupenda y abrir una corriente de opinión como más filosófica, argumentando que deberíamos tener la generosidad de saber verlo perder alegremente.
Esa raqueta la llevamos dentro, nos la tragamos cuando era imbatible
Podríamos aceptar la pérdida natural de las facultades físicas del ídolo humano, el paso del tiempo, para, ya de paso, ir aceptando las nuestras. Cuando dices que no quieres que siga jugando no estás pensando en él, sino en ti, le dice la joven al aficionado triste. Lo que te preocupa es tu idea de la decadencia. Lo que no soportas es tu propia nostalgia vital. Que el gran tenista juegue y compita y pierda las veces que le dé la gana, faltaría más.