¿A qué habíamos venido?

¿A qué habíamos venido?

El despiste, la divagación, es una virtud literaria y artística que, en la vida real, tiene sus peligros. En Pálido fuego, una de las mejores novelas de Nabokov, un personaje se convierte en asesino por descuido.

La mitad de los que me están leyendo ahora tienen la cabeza en otra parte, según un estudio de la revista Science . El filósofo Jesús García Cívico, autor de La condición despistada, es uno de los que más a fondo ha estudiado los vastos campos que abarca la distracción y, gracias a él, descubro que nuestro cerebro consume la misma energía activo que en supuesto descanso, concentrado que papando moscas, tan intensa es la actividad que parece no serlo.

Habitar en las nubes, esa condición que comparten el genio y el idiota, resulta embarazoso cuando, en las fiestas, te saluda gente a la que no recuerdas y piensas en la sabiduría de García Márquez, que pasó sus años de alzheimer abrazando a gente y diciéndoles: “¡Te conozco desde que éramos niños!”. Si era cierto, ya estaba; y, si no, el señalado lo interpretaba como enorme muestra de afecto o, en caso de que se acabaran de conocer, como un brillante ejemplo de humor disparatado.

A businesswoman places her head in her hands with her head in a cloud as he stands for a moment in the sunlight that casts a shadow on the imense concrete wall behind him.

  

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Para no perder el hilo, vuelvo a García Cívico, quien consigue que la forma de su libro, una prosa andariega y sinuosa en manos de un ensayista desorientado –que, por ello, realiza conexiones inéditas–, se adecúe como un guante al objeto de su análisis, repleto de referentes culturales. “Nos gusta estar en otra parte porque parece una zona segura”, subrayo por si luego me olvido, como el motivo que esgrimió Harmon O. Nelson para separarse de Bette Davis en su tumultuoso proceso de divorcio: la actriz leía demasiado, sus lecturas la ausentaban, con ellas se escapaba incluso cuando el marido tenía invitados.

Y no se preocupen. Irse por los cerros de Úbeda –como hizo en 1233 un cabecilla militar del rey Fernando III en plena batalla contra los almohades, eludiendo los riesgos del combate–, estar en la parra, en Babia, en el guindo o ante la nevera abierta sin recordar nuestro objetivo nos emparenta con autores como Josep Pla, Enrique Vila-Matas o Robert Walser.

¿De qué estábamos hablando?

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