¡Malditos trenes!

¡Malditos trenes!

Una de esas cosas que nos unen como sociedad es haber sido todos víctimas del maltrato de Renfe, en su afamado servicio de Rodalies. Aunque no se trate de un privilegio exclusivo de la empresa ferroviaria estatal –las compañías aéreas y telefónicas, unas más que otras, también ejercen esa función de pegamento social–, lo cierto es que leer en el móvil cómo usuarios de las líneas del Garraf o de Tarragona se veían envueltos en similares calvarios, alivió un poco, este viernes, mi situación como sufrido viajero en un tren hacia Puigcerdà.

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Xavi Jurio

Vamos a obviar las largas colas a media tarde ante las máquinas expendedoras de billetes sin ningún operario que informara, a pesar de que varias de ellas no funcionaban –bendita mecanización–. Hagamos una elipsis y vayámonos al interior del tren, que no arrancaba y los minutos pasaban. Se nos informó de que el vehículo sufría “una avería técnica”. Esperamos pacientemente y la megafonía volvió a advertir, esta vez: “Atención, señores pasajeros, va a producirse un reset total”, frase que produjo una profusión de hermeneutas que ríase usted de los exégetas biblicos.

Yo estaba convencido de que iban a venir unos Men in black que nos aplicarían la máquina del olvido para que no recordáramos nada de aquella peripecia, y algunos debieron de imaginarse cosas peores porque huyeron despavoridos del vagón. Salimos de dudas cuando súbitamente se apagaron las luces y las pantallas (“así que esto es un ‘reset total’”, nos dijimos, en la más profunda oscuridad). Ya sin avisos previos, esta acción se repitió tres veces, tras lo cual nos sumimos en un nuevo período de espera culminado con un hilarante anuncio: “Señores pasajeros, este tren se ha quedado inútil”. La prudencia nos aconsejó entonces apearnos, pues aquel vehículo solo podía ofrecernos un viaje metafísico hacia la más absoluta inutilidad. Tras un buen rato de espera en el andén, en la vía se presentó un tren que indicaba ‘Proves’, lo que disuadió a la mayoría de subirse. Yo, sin embargo, lo hice, movido por mi temeraria curiosidad. Fue una buena decisión pues el tren arrancó y desde el destino les escribo aunque me dio un poco de tristeza ver desde la ventanilla a la mayoría de mis compañeros de viaje mirándome con desamparo, víctimas de la desinformación.

Ahora que está de moda denominar a las estaciones y aeropuertos con nombres de personas, sugiero a las autoridades pertinentes que Sants-Estació pase a llamarse Estación Franz Kafka. Franz-Estació, para los amigos.

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