Cuando se publicó el informe PISA, un amigo con quien lo comentaba me dijo, refiriéndose a los resultados en su comunidad autónoma: “Es lógico que sean malos: desde los años treinta del pasado siglo, arraigó una escuela según la cual lo que se pretende no es que los niños aprendan, sino que sean felices”. Me ha venido esta anécdota a la memoria tras la aparición de un libro de Alicia Delibes, El suicidio de Occidente. La renuncia a la transmisión del saber, en el que denuncia el grave problema que tiene planteado nuestra sociedad, al haber renunciado a la transmisión del saber generado durante siglos por una civilización con la que marca distancias.
El eje axial de este intento es anular el esfuerzo en favor del juego. Simplificando al máximo, puede decirse que existen dos modelos educativos: el que concibe la instrucción como un instrumento de formación y libertad personal y de mejora social (ascensor social incluido), y el que instrumentaliza la educación para crear un “hombre nuevo” y “una nueva sociedad”. Esta es la pauta dominante hoy: niños felices, hombres nuevos y sociedad paradisiaca. El cielo en la tierra. Gratis y sin esfuerzo.
Todo ello sucede en un momento en que, escribe Javier Gomá en su libro Ejemplaridad pública, la lucha por la libertad individual reñida por el hombre occidental durante los últimos tres siglos ha generado una liberación masiva de individualidades que, unida a la desaparición de los “modelos” educativos vigentes durante siglos, ha desembocado en la “vulgaridad”, entendida como aquella categoría que otorga valor cultural a la libre manifestación de la espontaneidad estético-instintiva del yo, y reclama para ella un respeto como emanación genuina de la igualdad. Con olvido de que la “vulgaridad” puede ser tomada como punto de partida, pero no como punto de llegada, pues reducida a sí misma no es sino una nueva forma de “barbarie”. (Como lo prueba –digo yo– la “barbarie” dominante en las redes sociales.)
Y es que, tras la crítica nihilista a las creencias y costumbres colectivas, y tras la deslegitimación moderna del principio de autoridad, la democracia ha renunciado a los instrumentos tradicionales de socialización del individuo –que tan integradores y movilizadores fueron en el pasado– sin haberlos sustituido de momento por otros igualmente eficaces. Total que, en Occidente, derechos individuales a tope y salga el sol por Antequera.
La democracia ha renunciado a los instrumentos tradicionales de socialización
Fruto de esta “vulgaridad” es un rasgo del tiempo presente que ha denunciado Tony Judt en su libro Sobre el olvidado siglo XX, en el que alerta sobre que “nos tomamos el siglo pasado con ligereza”, pues “el agotamiento de las energías políticas en la orgía de violencia y represión de 1914 a 1945 nos ha privado de buena parte de la herencia política de los últimos 200 años”. Cuando lo cierto es que “si queremos comprender el mundo del que acabamos de salir tenemos que recordar el poder de las ideas y el enorme influjo que la idea marxista en particular ejerció sobre la imaginación del siglo XX”.
Pues, por poner un ejemplo, solo desde esta comprensión del pasado podemos preguntarnos si, “en nuestro nuevo culto del sector privado y del mercado, ¿no habremos simplemente invertido la fe de una generación anterior en la ‘propiedad pública’, ‘el Estado’ y la ‘planificación’?”. En suma, concluye Judt, “de todas nuestras ilusiones contemporáneas la más peligrosa es aquella sobre la que se sustentan todas las demás: la idea de que vivimos en una época sin precedentes, que lo que ocurre ahora es nuevo e irreversible y que el pasado no tiene nada que enseñarnos, excepto para saquearlo en busca de útiles precedentes”.
En una sociedad que renuncia a transmitir el saber, que olvida lo sucedido durante el siglo XX y que se sumerge en la “vulgaridad”, hay que pensar en estas palabras: “Saquear el pasado en busca de útiles precedentes”. Esto pasa hoy: políticos “vulgares” que saquean el pasado para construir un “relato” que los beneficie. Son aquellos que, ahítos de ambición y carentes de formación, solo van a lo suyo.