Érase una vez, cuando los animales hablaban, las rocas andaban y Pujol gobernaba la Generalitat de Catalunya, que se popularizó la expresión el oasis catalán para referirse a un país serio, próspero, tranquilo y ambicioso que teóricamente era el nuestro, una denominación inquietante que presuponía unos contornos desérticos. Ahora ya hace años de todo eso. Sabemos que las aguas del oasis sociovergente eran de potabilidad dudosa, cuando no directamente contaminadas. Los más reconsagrados hablan de ello como de una cloaca de aguas estancadas. Otros destacarían la convivencia, a su entender modélica, que se observaba.
Ahora estamos en otra fase. Nadie con dos dedos de frente puede ver ningún oasis aquí. Tras los hechos de octubre del diecisiete, el abortado procés ha causado en la clase política el mismo efecto que provoca la sequía en los pantanos. Baja el nivel del agua y afloran todo tipo de despojos, léase conflictos. El oasis se secó y quienes intentan reconstruirlo hacen planes y planos para convertirlo en un balneario.
El oasis catalán se secó e intentan reconstruirlo a base de balnearios
Estos días de Semana Santa algunos practicantes del denominado turismo familiar han llenado los balnearios catalanes. En sus instalaciones rige una norma, compartida con algunas piscinas cubiertas, que define el actual momento político: hay que llevar gorro de baño. Como resultado de esta norma, justificada por razones higiénicas, muchos hombres calvos o rasurados se ven obligados a cubrir unos cabellos que no tienen mientras, a su lado, un número creciente de hipsters remojan sus barbas de dos palmos en la misma agua clorada. Las elecciones autonómicas del 12-M se han convocado en la piscina de un balneario, con leyes obsoletas, jueces barbudos, sin ley electoral catalana y un exceso de aspavientos.
El asunto está peludo.