Inmigración y populismo

EL AZAR DE LOS DÍAS

Inmigración y populismo

Mientras aquí andamos con nuestras amnistías y nuestras cosas, dicen que la cuestión migratoria será –si antes no ocurre nada grave– el tema central de las elecciones europeas de junio, y no es una buena noticia. Es un tema que genera grandes tensiones, que impone dilemas complejos y que se presta a unas tergiversaciones explosivas. Los políticos populistas pueden ponerse las botas.

En Europa, hoy, la natalidad es muy baja y la población está envejeciendo. Si no viene gente de fuera, dispuesta a trabajar en el campo, a limpiar casas, a cuidar a las personas mayores y a realizar trabajos para los que cuesta mucho encontrar trabajadores autóctonos, la financiación de las pensiones y el mantenimiento del Estado de bienestar serán inviables, porque cada día hay más jubilados y menos personas en edad de trabajar.

A person holds a banner that during the Sacred Heart Church for the March and Vigil for Human Dignity in El Paso, Texas, U.S., March 21, 2024. REUTERS/Justin Hamel

 

Justin Hamel / Reuters

Además, como el nivel de vida europeo es muy superior al de la mayoría de países de África, de Asia y de América Latina, atraemos a inmigrantes. Si nosotros los necesitamos y ellos ven la posibilidad de encontrar en Europa la vida digna que no encuentran en casa, es comprensible que se líen la manta a la cabeza, lo dejen todo y traten de plantarse aquí.

Pero esto no quiere decir que podamos abrir las puertas de par en par y acoger a todo el mundo, porque nuestro sistema de bienestar no lo aguantaría. Tampoco podemos evitar todas las muertes en el Mediterráneo. Es imposible. Debemos intentar que la inmigración llegue de forma ordenada, sin desbordar nuestra capacidad de acogida, procurando que la integración de los recién llegados genere las mínimas tensiones posibles y, a la vez, sin que los inmigrantes tengan que jugarse la vida ni alimentar la codicia de las redes de tráfico de personas.

Todo esto nos obliga a hacer unos equilibrios que no siempre son fáciles de acordar ni de explicar, y hay políticos que lo aprovechan para echar leña al fuego de la forma más irresponsable. Ya se sabe, donde hay problemas complejos proliferan los que buscan el lucimiento proponiendo soluciones simples, fáciles y equivocadas.

Donde hay problemas complejos proliferan los que buscan lucirse con soluciones simples, fáciles y equivocadas

Las elecciones europeas de junio ofrecen una oportunidad única para los políticos aficionados al pensamiento mágico. Dirán que hay demasiados inmigrantes, que hay que cerrar la puerta y echar a los que no quieran adaptarse a nuestra cultura (es decir, a los que no quieran renunciar a la suya), privarles de los derechos que nosotros tenemos. Harán propuestas extravagantes, como prohibir el Corán o poner un impuesto especial por el uso del velo (no exagero, son ideas defendidas por la extrema derecha neerlandesa). Prometerán mano dura y un futuro libre de forasteros que no tengan nuestro color de piel.

Lógicamente, estos políticos se olvidarán de decir que cerrar las fronteras a cal y canto es imposible y que si, pese a todo, lo consi­guiéramos, no tendríamos quien cuidara de nuestros mayores, hiciera las tareas más humildes y financiara la Seguridad Social­ y las pensiones. Pero como probablemente no gobernarán no tendrán que rendir cuentas por la inviabilidad de sus propuestas. Y si por azar gobiernan ya se las arreglarán para recoger carrete, como Georgia Meloni.

En Europa, hay mucha gente con motivos para sentirse insatisfecha: trabajadores desplazados por las nuevas tecnologías o por la deslocalización de sus empresas, jóvenes con másteres e idiomas que se ven obligados a aceptar trabajos muy por debajo de sus capacidades, cincuentones que pierden su trabajo y no encuentran otro, mujeres que dejan de trabajar para criar a sus hijos y que luego no pueden volver al mercado laboral. Hay mucha gente que vive con salarios ínfimos y precarios y que tiene que hacer grandes sacrificios para llegar a fin de mes, porque los alquileres son caros y los precios cada día más altos.

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Estas personas son presa fácil de los cantos de sirena de los demagogos. Explicar bien todo lo que los inmigrantes nos aportan y defender una política equilibrada, un cóctel de medidas que combine las vías legales para acceder a Europa con controles efectivos en las fronteras y con una cooperación económica generosa con los países de origen, para evitar que la gente tenga que huir de ellos, es muy difícil. Acusar a los inmigrantes de quitar los puestos de trabajo a los trabajadores autóctonos y prometer fronteras cerradas y soluciones milagrosas es muy fácil.

El 18% de las personas que viven en Alemania ha nacido en el extranjero. En Francia, son el 12%. En Suecia, el 19%. En Dinamarca, el 12%. En Bélgica, el 17%. En Austria, el 19%. En todos estos países, la integración de los inmigrantes es complicada, porque la mayoría hablan lenguas y practican religiones muy distintas a las locales y resultan fácilmente distinguibles por los rasgos faciales o por el color de piel.

En España, tenemos suerte porque los inmigrantes –que también son muy numerosos– se integran más fácilmente. Muchos son de América Latina; comparten la lengua castellana y, la practiquen o no, la religión católica. Otros provienen de países de la Unión Europea, como Rumanía, y también se adaptan con facilidad. Entre los procedentes de países islámicos, hay muchos marroquíes, que encajan mejor aquí, por razones geográficas y culturales, que en los países del norte de Europa.

Además, aquí tenemos otros quebraderos de cabeza, de modo que el tema central de las elecciones no será la inmigración. Pero en el resto de Europa es probable que sí. Veremos si los políticos más responsables logran frenar al populismo, al que las encuestas pronostican un porcentaje de votos nunca visto. Una socialdemocracia a la defensiva, que centra sus aspiraciones en proteger lo que ya tenemos, y un conservadurismo acomplejado ante el empuje de una extrema derecha que gana terreno día a día, dejan demasiado campo libre a los demagogos. Toquemos madera.

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