Los pinos de Formentor

Los pinos de Formentor

Durante su viaje de novios, quizá mis abuelos vieran el pino al que se refería Miquel Costa i Llobera en aquel poema que empieza: “Mon cor estima un arbre més vell que l’olivera, més poderós que el roure, més verd que el taronger...”, y que yo aprendería en el colegio. Mis abuelos belgas se casaron en 1950. Se hospedaron un mes en el hotel Formentor. Inaugurado en 1929, también pasaron por él Grace Kelly y el príncipe Rainiero. Y Charles Chaplin y Oona O’Neill, y Gary Cooper, y Claudia Cardinale, y un célebre etcétera.

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Los jardines del hotel, en una imagen del 2013 

Barceló / Archivo

En los sesenta, el hotel se convertiría en un foro literario. Siguiendo el ejemplo de Camilo José Cela y los Papeles de Son Armadans, Carlos Barral organizó reuniones anuales con editores, escritores y críticos, en las que participaban Josep M. Castellet, José Agustín Goy­tisolo, Jaime Salinas y Gil de Biedma, que escribió: “Llegábamos, después de un viaje demasiado breve, de otro mundo quizá no más real, pero sin duda menos pintoresco”. En el mismo poema, describe cómo los jóvenes se quedaban en la terraza aún tibia, exaltados por la bebida, o el aire o la suavidad de la naturaleza, ese instante de la noche que se confunde casi con la vida. Entonces pide, grita por favor que no vuelvan nunca, nunca jamás a casa.

Lo del hotel Formentor es un caso de terrorismo contra el patrimonio, la poesía, la naturaleza

Estuve en aquella terraza –como dice el poema, la agitación silenciosa de los pinos al atardecer– en el 2012, cuando se restableció el premio Formentor, con el mecenazgo de las familias Barceló y Buadas, y con Basilio Baltasar como director de la fundación. Charlábamos José Carlos Llop, Biel Mesquida y otros –isleños y no– junto a las buganvillas, bajo una pérgola y el cobijo de los momentos memorables que seguían dándose más allá de la poesía. Mis ojos veían lo mismo que habían visto mis abuelos enamorados; el perfume mediterráneo, de día las chicharras, de noche los grillos. En otra estrofa, Costa i Llobera clama: “Arbre! Mon cor t’enveja. Sobre la terra impura, com a penyora santa duré jo el teu record”. Y quizá descubran aquí un título de Melcior Comes.

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 Delibes, Castellet, Fuster, Cela y Goytisolo, entre otros, en el hotel Formentor a finales de los años cuarenta 

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Mientras estudiaba en París en los setenta, mi madre conoció en Huelva a mi padre, mallorquín. Así que mis abuelos volvieron muchas veces a la isla donde habían estado en su viaje de novios, hasta quedarse definitivamente. Muchos veranos de mi infancia pasamos el día en la playa de Formentor, frente al hotel en el que fueron felices; tanto que, contaban, cuando preguntaron a qué hora sería la misa de domingo, el recepcionista contestó: “Hoy es lunes, monsieur ”.

Hace unos días, el jurado del premio Formentor anunciaba que el galardonado de este año es László Krasznahorkai. Lo hizo desde Tánger. Porque, en el 2020, el fondo andorrano Emin Capital le compró el hotel a Barceló. La idea era modernizar el complejo y adecuarlo a un cinco estrellas para reabrirlo como Four Seasons, el más caro de España. El proyecto aprobado por el Ayuntamiento de Pollença era estrictamente de reforma. Pero lo demolieron entero. Levantaron obra nueva sin licencia y sin que nadie lo evitara. No queda nada de lo que acogieron sus habitaciones.

La semana pasada, el Govern balear autorizó talar doscientos pinos alrededor del edificio, porque los promotores consideran que representan un peligro por ser material inflamable. La periodista Elena Vallés tuiteaba: “El caso del hotel Formentor es un caso de terrorismo urbanístico”. Y añado: de terrorismo contra el patrimonio, contra la poesía, contra la suavidad de la naturaleza y contra “el vell profeta que rep vida i s’alimenta de les amors del cel”. Entonces pido, grito, por favor, poder volver algún día a casa. Consciente de que ya no.

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