El pueblo palestino se está muriendo de hambre en Gaza. La ONU ha calculado que una cuarta parte de la población está al borde de la hambruna y ha acusado directamente al Gobierno de Israel de utilizar el control que tiene sobre la entrada de alimentos para obtener ventajas en su negociación con Hamas. Ya no se trata de que nadie sea capaz de hacer detener la guerra, sino de que se faciliten corredores humanitarios mínimos para llevar alimentos a la población.
En muchos lugares de la franja no hay agua potable ni gas ni leña para hacer fuego. Las imágenes que nos llegan diariamente de las ciudades palestinas son una colección de escombros con muy pocos edificios que se puedan mantener en pie. Los gritos de alerta de oenegés sobre la situación de la población civil,
especialmente la de los niños, se repiten de forma insistente
en los últimos días. Estados Unidos empezó el lunes a lanzar comida desde el cielo mediante aviones de carga, pero esta
solución es solo un parche. De hecho, cinco personas murieron y otras diez resultaron heridas ayer en la franja por el impacto de paquetes que cayeron desde el cielo.
Esta crítica situación puede paliarse si acaba de funcionar un corredor marítimo entre Chipre y un puerto temporal flotante en Gaza. Desde hace dos meses, el buque Open Arms intenta lograr los permisos de las autoridades israelíes para llevar alimentos del proyecto World Central Kitchen (WCK), del chef José Andrés. Ayer recibieron la luz verde para ello y el fundador de Open Arms, Òscar Camps, confiaba en que podría hacer su primer viaje en dos días. Si esta vía funciona, el número de toneladas que se podría hacer llegar a Gaza sería fundamental para evitar la hambruna.
Una primera colaboración de Camps y Andrés en Ucrania ya fue todo un éxito para permitir la llegada de alimentos a los ciudadanos más necesitados. Ahora se repite en Gaza. Ojalá ambos no tengan que volver a ser útiles en ningún otro conflicto, pero vale la pena destacar su labor humanitaria. Aún quedan algunos hombres buenos.