El espacio político como un ‘no lugar’

El espacio político como un ‘no lugar’

En la valoración final de una legislatura, cada gobierno acumula luces y sombras, aciertos y errores, aunque en la mente de quienes formaron tal o cual ejecutivo parece persistir el pensamiento mágico de no haber causado daños significativos. Y si los hubo, fue a su pesar, un mal necesario. Se trata de mera supervivencia para llegar a la siguiente campaña electoral con la sonrisa renovada. A su favor juega que, en ocasiones, el impacto de una ley o una decisión política no puede medirse hasta mucho después, cuando sus artífices ya no ocupan el cargo. Por ejemplo, la guerra de Irak, una invasión que constituyó un grave socavamiento del derecho internacional y de la legitimidad de la frágil ONU, todavía se saca a colación respecto a otros conflictos por parte de los agresores con la acusación de doble rasero.

Sea como sea, al realizar el balance final, los escenarios de crisis son los que pesan sobre todo lo demás. Incluso cuando se tomó el camino equivocado, lo que acaba por inclinar la balanza hacia uno u otro lado es la reacción ante el error, la asunción de responsabilidades y la evaluación del modus operandi, en especial cuando están movidas por la responsabilidad ética de corregir daños, ya sea en una pandemia, un colapso financiero o un caso de corrupción.

HOMENAJES A LOS FALLECIDOS EN LOS ATENTADOS DE LA ESTACION DE ATOCHA.

Homenaje espontáneo inicial ese 2004 en la estación de Atocha a los fallecidos el 11-M

Emilia Gutiérrez / Archivo

Los reportajes, entrevistas y documentales que se han producido con motivo del vigésimo aniversario de los atentados yihadistas del 11-M en los trenes de Madrid nos devuelven un país sumido en el dolor, unido ante la adversidad y el desconcierto. En tales circunstancias, se necesitaba creer en la clase política al margen de cuál fuera su color. Fue hasta cierto punto lógico que en los primeros instantes la reacción inicial consistiera en señalar a ETA, aunque quienes tenían una relación estrecha con su sangrienta historia, como algunos jueces, policías o periodistas, pronto empezaron a albergar dudas, una intuición que se confirmó cuando se recabaron las primeras pruebas.

Aun así, cuando ahora vemos imágenes de archivo del primer gabinete de crisis convocado por Aznar y solo se reconoce en ellas a gente de su partido, sin la presencia de cuerpos de seguridad o inteligencia, o de los servicios de emergencia, queda claro que algo más había en juego que la seguridad nacional o las vidas de las víctimas en los quirófanos de urgencias. El presidente saliente creía, hasta aquella funesta mañana, que lo había dejado todo resuelto y bien atado para su sucesor. Cualquier opción que no involucrara a ETA amenazaba su legado con la sombra de la foto de las Azores cerniéndose sobre él.

En el 11-M España fue una alumna aventajada de los hechos alternativos, teorías conspirativas y la polarización

Si seguimos ahora la cronología de aquellos días previos a las elecciones, escuchando las experiencias de los implicados y las presiones que sufrieron, con el recordatorio de las llamadas desde presidencia a los directores de los principales medios de comunicación, parece evidente que España fue una alumna aventajada de lo que hoy ya es un signo de nuestros tiempos: los hechos alternativos, las teorías conspirativas y la polarización. Fue también el germen del “no nos representan”, del neorrevanchismo y la erosión de la legitimidad del Estado de derecho con la acusación permanente de la formación de gobiernos “ilegítimos”. Como sintetizó en el programa de Jordi Évole el entonces director del Abc, José Antonio Zarzalejos, aquellos días “se rompió el corazón democrático de España”. El tiempo no suavizó el juicio de Aznar, que años después expresó aquello de que “ni (estaban) en desiertos remotos ni en montañas lejanas”, en referencia a los autores intelectuales del 11-M, como si se tratara del título de una mala novela, pese a que el juez Gómez Bermúdez reiteró a lo largo del tiempo que esas afirmaciones eran insostenibles.

Después de veinte años, ha quedado, pues, además del dolor por las vidas rotas, una distorsión del espacio político que incluso es perceptible en el actual mandato. Y es que la politización partidista ha convertido ese espacio en un no lugar, en el sentido que le dio el antropólogo Marc Augé, lo opuesto a un sitio de encuentro en el que se tejen y construyen referencias comunes. Y no hay convivencia digna de este nombre sin un relato común, al menos en cuanto a las principales líneas de acontecimientos cruciales como este. “No ha tenido ningún coste. Nadie ha pedido perdón. Si puedes mentir con 200 muertos, estás abriendo la puerta a cualquier mentira”, concluía la periodista Cruz Morcillo la noche del domingo. Los fieles de aquella consigna siguieron al frente de sus cargos o bien obtuvieron otros nuevos.

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