Nuestra demografía menguante explica gran parte de la reducción –hasta la mitad en la última década– del desempleo; pero, también, el menos previsible viraje a la derecha de cada vez más electores, muchos jóvenes que, una vez empleados, pasan de calcular cuántos meses cobrarían de subsidio a lamentar los que tienen que trabajar cada año para pagar a Hacienda.
Desgraciadamente, además, quienes más dificultades tienen para encontrar empleo en un mercado pujante como el nuestro son también quienes tienden a votar menos.
Objetarán que la inmigración va supliendo en el mercado de trabajo a los hijos que no tuvimos, pero tendrán que admitir también que los inmigrantes no votan. La demografía, al cabo, es el destino de los pueblos, pero también los cambia de color y no solo de piel, sino, sobre todo, político.
Apuntarán, además, que si bien cada vez más jóvenes encuentran empleo, también más boomers, los nacidos entre los 60 y 70, se acogen a subsidios y pensiones, que más por causalidad que por casualidad electoralista están subiendo como nunca. Y precisamente por eso la derecha, no menos oportunista, ha encontrado un manantial de votos en la reducción de los impuestos de sucesión que afectan directamente a esas clases medias –y esas sí que calculan y votan– que quieren dejar en herencia o esperan heredar su piso tras haber pagado su hipoteca.
El viraje a la derecha hasta el pleno empleo –miren a Biden perdiendo en las encuestas, pese a haberlo conseguido– es habitual en las sociedades más prósperas (Bush padre perdió las elecciones por subir impuestos). Por eso, en la UE, quienes lo han disfrutado (Alemania, Austria, Holanda, Dinamarca...) se vuelven increíblemente tacaños con quienes necesitamos, como España, de sus impuestos; pero también cicateros y controladores, mucho más que nosotros, de cómo gastan sus políticos.
Así que, a medida que aumenten nóminas y se reduzcan los subsidios, es previsible que los votos, empezando por los jóvenes, vayan cambiando de sentido.