Napoleón

Napoleón

Si Napoleón, esté donde esté, ha visto la película perpetrada en su contra por el inglés Ridley Scott, se habrá indignado, y habrá aumentado hasta el paroxismo la inquina que mostró en vida contra los británicos. Scott ha hecho una película errática, en la que intenta trazar, mediante episodios deslavazados, una silueta de la figura de Napoleón, que resulta sesgada, pues se centra en la vertiente militar de su personalidad, tan compleja, dejándolo reducido a un sujeto patético y ridículo. Tanto es así, que un actor tan versátil como Joaquin Phoenix pone la misma cara durante casi toda la película. Y es que reducir la figura de Napoleón a algunas de sus campañas militares y de sus escaramuzas conyugales es insólito.

Más allá de estos aspectos, Napoleón defendió con éxito la República en guerra; estabilizó la Revolución Francesa; fijó las bases del Estado moderno francés (nótese que estabilizó y Estado tienen idéntica raíz); codificó, desde una perspectiva liberal, el derecho privado en un Código Civil (1804) que es más importante que una Constitución, por ser la ley fundamental de la intrahistoria del pueblo francés, y que ha ejercido una influencia enorme en todo el mundo, España incluida. Es decir, Napo­león fue una personalidad poliédrica cuya grandeza se manifiesta también en sus defectos: egocéntrico, orgulloso, atormentado, déspota, egoísta y mordaz. En fin, fue en todo un tipo egregio.

Una imatge del film ‘Napoleón’

 

ACN / Sony Pictures

Napoleón solo se entiende en el marco de la Revolución Francesa. En 1789 estalló una revolución burguesa, que culminó con el derrocamiento de la monarquía (1792), y dio paso a una movilización popular y a un gobierno revolucionario (dictadura del terror) vigente hasta 1795. Se inicia entonces un ensayo de estabilización de la sociedad francesa convulsa por la revolución: es la época de los dos Directorios (1795-1797 y 1797-1799), que fracasaron a causa de una última crisis revolucionaria. Total, diez años de grandes esperanzas y de conquistas históricas, pero también de caos, guerras, sangre y miedo. Cansancio. Ansia de paz y orden. Y llega entonces el 18 de brumario: la hora de Napoleón. Un Napoleón que no es un simple espadón convencido de que “tranquilidad viene de tranca”, sino que es más que eso. Tiene sentido de Estado, vista larga y autoridad suficiente.

El régimen republicano de libertades mutó en un poder personal de Bonaparte

Su acceso al poder mediante un golpe de Estado fue fácil. Su triunfo respondió a las exigencias de la nueva clase dominante en la sociedad postrevolucionaria: una burguesía conservadora ansiosa de libertad y de igualdad en derechos formales, pero más contenida en una fraternidad concretada en derechos materiales . Dos grupos sociales –escribe Albert Soboul– deseaban sobre todo estabilidad social: 1) Los campesinos, que querían paz en los campos y rechazaban tanto el restablecimiento del diezmo del antiguo régimen, como una nueva ley agraria expropiadora de bienes para su redistribución. 2) La burguesía de los negocios, que veía comprometido por la inestabilidad social y política el auge de sus empresas y la renovación de la economía. Esta era la situación y estas eran las necesidades de fondo, y ahí estaba el hombre que podía satisfacerlas. Y lo hizo: Napoleón sentó las bases de un Estado unitario y centralista que aún subsiste, tras superar convulsiones enormes: la guerra franco-prusiana y las dos guerras mundiales.

Ahora bien, todo lo hizo Napoleón a costa de la libertad de los franceses, en medio de unas campañas militares (como las de España y Rusia) fruto de su megalomanía, y con un nepotismo propio de la nobleza corsa empobrecida de la que procedía. Así, el régimen republicano de libertades, unidad nacional y eficacia administrativa que los brumarianos querían mutó en un poder personal de Bonaparte. La república se transformó en una dictadura militar. Seguridad y orden a cambio de libertades. Ahí está la razón de la grandeza y la miseria de Bonaparte. Madame de Staël, que no le quería, escribió en sus Consideraciones sobre­ la Revolución Francesa: “Dios nos guarde para siempre de un hombre como él”. Pero los franceses le honran en Los Inválidos.

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