Sobre el malestar y la fractura social en Francia

INQUIETUDES Y ESPERANZAS

Francia padeció el 27 de junio del año pasado otra revuelta en la banlieue de sus principales ciudades, barrios suburbiales poblados por migrantes empobrecidos, procedentes principalmente del Magreb y el África subsahariana, instalados desde los años sesenta y setenta del siglo pasado en grandes bloques de viviendas sociales de alquileres reducidos.

A demonstrator runs on the third night of protests sparked by the fatal police shooting of a 17-year-old driver in the Paris suburb of Nanterre, France, Friday, June 30, 2023. (AP Photo/Aurelien Morissard)

 

Aurélien Morissard / AP

La mecha de la revuelta prendió en Nanterre, en la banlieue de París. El desencadenante fue la muerte de un joven magrebí, de 17 años, llamado Nahel, a manos de un policía, que le disparó a quemarropa después de que el joven tratara de huir con su vehículo. No tardó en aparecer el vídeo con el “asesinato” del joven en las redes sociales, que desempeñaron un papel muy significativo en las movilizacio- nes. Existe una estrecha relación entre las redes y los jóvenes enragés. No solamente ayudan a movilizar, sino que incitan al desorden y la violencia.

Siguió una semana de grandes disturbios en protesta por la muerte de Nahel. En seis días, más de 700 miembros de los cuerpos de seguridad y 30 bomberos resultaron heridos, 250 locales policiales fueron atacados, 12.000 vehículos quemados y 2.500 edificios incendiados. Cientos de negocios fueron saqueados. Los incidentes más graves ocurrieron en Marsella. En esta ciudad y en Nimes se asaltaron armerías. La vivienda de un alcalde fue atacada e incendiada, con grave riesgo para su familia, que se encontraba en el interior. Hasta 45.000 policías fueron movilizados, muchos de ellos tiroteados por los revoltosos. Se produjeron más de 3.000 detenciones. El 30% de los detenidos eran menores (edad media, 17 años). La revuelta del 2023 no superó las tres semanas que duró la del 2005, pero fue más devastadora y más preocupante para el Estado francés (el presidente Macron se vio obligado a suspender su visita de Estado a Alemania).

Nadir Kahia, de la asociación Banlieue Plus, declaró: “En la banlieue hay un profundo malestar y existe desde hace por lo menos cuarenta años. En los años sesenta y setenta se construyeron barrios de viviendas para responder a un problema económico: se necesitaba mano de obra inmigrada. Se hizo venir a mucha gente y esta gente tuvo hijos, y estos a su vez volvieron a tener hijos. Los grandes protagonistas de las revueltas son los jóvenes de segunda, tercera o cuarta generación. Estos jóvenes son franceses, pero no se sienten franceses, porque el Estado nunca los ha considerado como tales y no ha resuelto los problemas de fondo como educación, vivienda, desigualdades, discriminaciones o violencia policial”.

Desde hace cinco años la imagen de Francia está en crisis. Primero por la revuelta de los gilets jaunes (chalecos amarillos) del 2018, luego fueron las protestas contra la reforma de las pensiones y ahora disturbios en la banlieue. Los analistas coinciden en que se trata de síntomas de un malestar profundo y de una grave fractura social.

Los jóvenes de tercera y cuarta generación no se sienten franceses ni creen que los vea así el Estado

Macron manifestó que es preciso “comprender en profundidad las razones que han conducido a estos graves acontecimientos”. Su ministra de Comercio y Turismo, Olivia Grégoire, declaró que “hay que buscar sus raíces profundas y tratar de combatirlas; es demasiado fácil, como hacen las oposiciones de extrema izquierda (Mélenchon) y de extrema derecha (Marine Le Pen), analizar las cosas según les conviene; para la extrema izquierda la culpa es de la policía y de las instituciones, y para la extrema derecha la culpa es de las barriadas”.

Un ensayo de interés para tratar de entender lo ocurrido en Francia es L’archipel français. Naissance d’une nation multiple et divisée Mantiene que en el país todo ha cambiado en los últimos decenios. Se estaría metamorfoseando en “un archipiélago de islas que se ignoran unas a otras”. La matriz católico-republicana de Francia se ha “dislocado completamente”. Lo que ocurre en la banlieue es un ejemplo típico, uno más, de la enorme fractura social que se ha producido en el territorio francés. “La crisis total de nuestro sistema político tiene lugar en un contexto de fragmentación”.

Sami Naïr escribe que “los jóvenes de los barrios excluidos se sienten abandonados; la dimensión poscolonial es central para entender a la vez el repliegue de la identidad nacional ante la diversidad multiétnica y multiconfesional; las razones sociológicas de las revueltas son claras: jóvenes de tercera y cuarta generación de los suburbios, afectados por el fracaso escolar y, a menudo, desempleados, sin porvenir y objeto de una persecución incesante por la policía”. Otros analistas insisten en el fracaso del modelo “asimilacionista” francés, tanto en lo que se refiere a “igualdad” como a “respeto” o “reconocimiento identitario “. Así, las revueltas manifestarían una demanda violenta de estos elementos, más instintiva que política.

Uno puede preguntarse por qué Marine Le Pen ha mantenido un perfil discreto durante la última revuelta. Parece contemplar con tranquilidad los acontecimientos. Debe de estar convencida de que juegan a favor de su partido, Reagrupamiento Nacional (RN). En el 2027 Macron no puede ser reelegido. Ella intentará por cuarta vez llegar a la presidencia de la República. Esta vez puede estar más cerca que nunca de conseguir su objetivo.

Entretanto, se ha aprobado dificultosamente una nueva ley de Inmigración, la número 30 desde 1980, y se ha nombrado un joven primer ministro, Gabriel Attal, de 34 años, quien, en su breve etapa como ministro de Educación, ha hecho gala de convencimiento, criterio y coraje para afrontar otra reforma educativa.

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