Milei no es Orbán y Cía.

EL RUEDO IBÉRICO

Milei no es Orbán y Cía.

La victoria de Javier Milei en las elecciones presidenciales argentinas ha desencadenado una doble reacción. Desde las filas de la izquierda se considera un triunfo de la ultraderecha, concepto de geometría variable, extensible a quien ose cuestionar las ideas y la agenda gauchista; desde la llamada derecha alternativa, sobre todo europea, se contempla ese triunfo como un éxito de sus propuestas. Ambas tesis son erró­neas o, para ser precisos, suponen una simplificación o una caricatura del pensamiento y del programa del nuevo presidente de la República austral, que se enmarcan en la tradición liberal. Por ello, es sorprendente el intento de situarle en la órbita del pensamiento reaccionario, autoritario o fascista.

De entrada, Milei no es un conservador, sino un anarcocapitalista en el terreno teórico –la deseabilidad de un mundo sin Estado– transmutado en un liberal clásico ante una restricción básica impuesta por la realidad: la imposibilidad de alcanzar aquel objetivo. Por eso, su meta es más humilde; a saber, la reducción del tamaño y del poder estatales para incrementar la esfera de autonomía y libertad de los individuos. Esa visión se plasma en su asunción pública de la concepción del liberalismo acuñada por su mentor Alberto Benegas Lynch jr.: “El respeto irrestricto a los proyectos de vida de los demás, basado en el principio de no agresión y en la defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”.

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Y es que los referentes intelectuales de Milei no se sitúan en el ámbito de la derecha alternativa de autores como Patrick Deneen, Yoram Hazony, R.R. Reno o Alain de Benoist, por citar algunos ideólogos emblemáticos de ese movimiento. Ni su programa se parece en nada al de gentes como Orbán, Wilders o Le Pen. Se inserta en la herencia filosófica que va de Juan Bautista Alberdi, inspirador de la Constitución liberal de 1853, al citado Alberto Benegas Lynch jr. en Argentina, y en la de pensadores como Mises, Hayek, Friedman, Ayn Rand o Rothbard. Eso es así y, para ser rotundos, es indiscutible. Su única cercanía a la derecha alternativa, como él mismo ha declarado en una larga entrevista a The Economist, es táctica: aquí y ahora, el enemigo es el socialismo y es preciso frenarle y hacerle retroceder.

En ese marco doctrinal, Milei defiende el derecho de cada individuo a vivir conforme a sus valores, a perseguir los fines que estime oportunos siempre y cuando no viole los derechos de terceros. Eso sí, todo individuo adulto y racional ha de ser responsable de sus actos, aceptar los costes de sus decisiones y no pretender transferírselos a otros o al Estado. Por eso, salvo en el caso del aborto, Milei estima con razón la inexistencia de una posición unánime entre los liberales sobre esa cuestión, defiende una libertad de elección personal total desde el cambio de sexo, por ejemplo, hasta el tráfico de órganos. Esto no tiene nada que ver con el ideario de la derecha alternativa.

La principal lección de Milei es la capacidad de convertir el liberalismo en una plataforma ganadora

En el ámbito económico, el presidente argentino propone un proyecto y un plan para ejecutarlo, ajustados a la situación argentina, muy similares a los de Reagan o Thatcher en los años ochenta del siglo pasado: en el plano macro, la disciplina monetaria para acabar con la inflación y la fiscal para eliminar el déficit público mediante la disminución del gasto del Estado; en el plano micro, un amplio plan de liberalización de los mercados, de privatizaciones, de apertura exterior y de rebajas de impuestos con la finalidad de elevar el potencial de cre­cimiento y la productividad. Tampoco es un nacionalista en economía, sino un librecambista y un defensor de la inmigración.

Desde la izquierda se afirma que el paquete de reformas aprobado en forma de decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) muestra los instintos autoritarios de Milei. Esto supone un desconocimiento total de la Constitución argentina. Esta, en su artículo 93 inciso 3, faculta al Gobierno a emplear esa normativa, que tiene fuerza de ley desde su aprobación por el Ejecutivo, en tanto no afecte a cuestiones penales, tributarias, electorales o al régimen de partidos. Sobre ninguno de esos temas incide el DNU. Por añadidura, el Parlamento puede derogar su vigencia con el voto en contra mayoritario de sus dos cámaras.

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¿Es Milei un populista? No, pero para responder a esa pregunta es básico entender cuál ha sido su estrategia electoral. Por un lado, ha expuesto de manera clara y rotunda un programa liberal ortodoxo de ruptura con el estatismo; por otro ha apelado directamente a la ciudadanía, cortocircuitando a los medios de comunicación y a las élites corporativistas que han dominado la escena pública argentina, poniendo de manifiesto cómo se han beneficiado durante décadas del sistema imperante a costa de la mayoría. En otras palabras, ha sacado al liberalismo de su minoritaria torre de marfil y lo ha convertido en un proyecto de cambio atractivo para el votante medio. De ahí, la acusación de populista lanzada contra un líder cuyas ideas, como se ha mostrado, están en las antípodas de esa doctrina; interesada confusión del fondo con la forma.

La principal lección de Milei es la capacidad de convertir el liberalismo en una plataforma ganadora y quien ha de tomar nota de ello no es la derecha al­ternativa, cuya doctrina no coincide, salvo­ en el antisocialismo, con la del líder argentino, sino el centroderecha clásico, que ha abandonado sus señas de identidad liberales y no es capaz de articular una alternativa al colectivismo impe­rante.

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