De Gramsci a Mayor Oreja
Les hago al caso de la polémica desatada la semana pasada por una conferencia pronunciada en un colegio por Mayor Oreja, un veterano político del PP que en su día fue ministro del Interior. El colegio era el centro concertado Cristo Rey de Madrid, el público, unos trescientos alumnos de ESO y bachillerato y la presentación del acto corrió a cargo de una profesora que respondía al nom d’art de madre Cristina.
Como sabrán, el discurso de Mayor Oreja consistió en un sentido repaso a los males de la patria, pronunciado en un tono tan fúnebre que hacía que Joaquín Costa y Unamuno parecieran salidos de un chiste de Eugenio. Hasta aquí nada que decir: uno no invita a Mayor Oreja para reír ni para que se ponga a hacer propaganda del bolchevismo, del mismo modo que no trae a Ione Belarra para estrechar vínculos con Israel ni a Puigdemont para glosar las virtudes del Estado centralizado.
Fiel a sí mismo, Mayor Oreja ensartó uno tras otro, y sin la menor compasión por su tierna audiencia, todos los tópicos sobre la descomposición de España que forman parte del relato de la derecha más catastrofista al menos desde los tiempos del conde de Romanones. Lo de siempre. Suicidio de España (aunque, tal como lo explicaba, más que suicidio parecía hablar de asesinato a manos de políticos felones), decadencia de las costumbres a causa de minorías enaltecidas por su autodeterminación personal (aquí un sutil guiño a la ley trans) y desprecio por la vida humana en cualquiera de sus formas: a la no nacida por la ley del aborto, a la nacida pero deteriorada por el sufrimiento por la ley de la eutanasia y a todas las demás por la insoportable existencia de Pedro Sánchez.
Lógico y normal. Hay que preparar a los jóvenes para lo que les espera el día de mañana y no cabe duda de que es un plan docente de éxito (miren los resultados del informe PISA sobre la Comunidad de Madrid, tan superiores a los de Catalunya) instruir en el pluralismo y la variedad. Tengo la plena seguridad de que a la conferencia de Mayor Oreja en el Cristo Rey seguirán otras de Ángela Rodríguez aka Pam, Arnaldo Otegi y un taller de masturbación promovido por algún ministerio: ¡no todo va a ser diversión, amigos!
Lo que quizá no es de recibo y empaña el lustre y tronío del acto es algo que en modo alguno se puede imputar a Mayor Oreja, que dijo lo que tuvo a bien al amparo de la libertad de expresión que reconoce una Constitución –de la que no parece un gran entusiasta– con gran éxito de crítica y público. Me refiero a la invitación a los alumnos efectuada por la madre Cristina, al final del acto, para ofrecerles más información sobre una organización próxima al ideario expuesto por el conferenciante con una intención proselitista un tanto escandalosa. Sobre todo porque su ferviente entusiasmo me hacía pensar en algo que trascendía de lo académico y entraba en lo neurasténico, aunque Dios nos libre de los psicólogos de andar por casa y más si, como es el caso de un servidor, llevan toga de abogado.
Sorprende que las tesis de Mayor Oreja tengan predicamento entre antiguos izquierdistas
Aparte de esto, nada nuevo bajo el sol: un político conservador profundamente amargado por el signo de los tiempos repitiendo consignas, que parecen más antiguas que esos menús plastificados de restaurantes que no han cambiado su oferta gastronómica desde los tiempos en que Manuel Fraga era ministro de Información y Turismo. Lo que sí resulta extraño es que esa manera de ver las cosas de Mayor Oreja tenga cada vez más predicamento entre conspicuos intelectuales-opinadores que en su día fueron claramente identificables con la “izquierda” y que hoy compran cualquier hipérbole desaforada sobre la ruina de la España sanchista con la fe del converso.
Es raro. Sobre todo porque se trata de destacadas figuras de la cultura con un pasado irreprochable de oposición a la dictadura y defensa de la democracia, que en su día lideraron el pensamiento más progresista del país y que, para mi asombro, suscriben ahora con sorprendente convicción las tesis del conservadurismo más valetudinario.
Jordi Gracia analiza en un excelente artículo en El País (“No es la edad, es el poder”) la trayectoria de esos sermoneadores profesionales que llevaron muy mal la tosca y maniquea descalificación de la transición llevada a cabo por Podemos, que entraron en la deriva del catastrofismo de la mano del independentismo catalán y que, aunque reaccionaron con comprensible acritud ante los excesos de la corrección política, emprendieron el extraño viaje que lleva de Gramsci a Mayor Oreja. ¡Lo que hay que ver!