De Jong, Gündogan y Pedri

Partido completísimo del Barça, afirmación gozosa porque permanecía en desuso hacía demasiado tiempo y porque la entidad del rival impide el miedo a una posible exageración. Si el equipo de Xavi quiere enganchar a su gente, no tanto a la que viene entregada de casa sino a la que no subió a Montjuïc, no debe separarse un milímetro de lo enseñado anoche en el Olímpic. Determinación desde el segundo uno y mapa de actuación definido.

Jugaban las líneas blaugrana sin pegamento que las uniera en demasiados partidos y al fin se encontraron los buenos para juntarlas. El balón fue toqueteado, casi siempre y por este orden, por De Jong en el inicio de la jugada, por Gündogan en la continuidad y finalmente por Pedri para decidir si aquello iba a parar a algún sitio o había que volver a empezar con paciencia. Fue un gusto verlos pasarse el balón, pausarse, encontrar rendijas, protegerlo o acelerar el ataque para hacer daño. Cuánta satisfacción.

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El portero de Barcelona, Iñaki Peña, detiene un lanzamiento del Atlético de Madrid. 

Siu Wu / EFE

El Barça suma dos victorias en los tres partidos que se afrontaban como una tríada dolorosa. La decente segunda parte ante el Oporto tuvo anoche un segundo capítulo que da credibilidad a un proyecto que se desnortaba. El Barça impuso su fútbol en 60 minutos de constancia en el juego e hizo vibrar a su parroquia porque esta vio infantería cuando el Atlético empezó a soltarse, más peligroso que un banco de pirañas. Aquí cabe resaltar el espíritu y la destreza de la defensa, mucho más competente con Koundé de lateral y Araújo mandando con el brazalete atado al brazo que al revés. Y por supuesto a Iñaki Peña, salvador de su equipo con una actuación extraordinaria que le reivindica.

Destacadas la defensa y el centro del campo, volvió a desentonar el ataque, no como otros días por falta de movilidad sino por ausencia de acierto. Derrochó dinamismo la delantera, con Raphinha hiperactivo y Lewandowski queriendo formar parte del grupo pese a seguir fallando goles. Suerte tuvo el Barça de ­João Félix, que llegó con rabia al partido, una característica que no le pega pero que ante el Atlético, el club al que pertenece pero del que no se siente, le funcionó como carburante.

Joao Félix, la lírica rabiosa

João Félix tomó un alto riesgo y reclamó el partido para sí mismo. En los días previos entró al duelo dialéctico que le propusieron sus excompañeros y, ya en el césped, estuvo a la altura del atrevimiento. Más artístico que sacrificado, el portugués se equivocó de destino con el Atlético de Simeone, un entrenador faquir que disfruta con el sufrimiento y pincha a quien no le acompaña. Era previsible el desencuentro entre el argentino y João Félix. El futbolista suele entrar en trances melancólicos si no siente amor a su alrededor, como un poeta caprichoso. En el Barça dice haber encontrado un hábitat favorable, pero no exageremos ni adelantemos idilios a largo plazo. Esta misma temporada empezó inspirado y se fue diluyendo hasta que ­enfrentarse a su antiguo equipo removió sus entrañas. El tipo celebró el gol subido a una valla dirigiéndose con los brazos extendidos al sector donde se encontraba la afición colchonera. A partir de entonces se jugó las piernas. Reflexiones rápidas de poco mérito para acabar: el Metropolitano le va a odiar de por vida. O sigue en el Barça o que se busque equipo en Nepal.

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