A veces los proyectos salen bien. A veces salen mal. Depende de su pertinencia, también de su concepto, organización y ejecución. Hoy me referiré a uno que ha salido mal: el del iceberg de quince toneladas pescado en Groenlandia y extraído de su entorno natural para embarcarlo rumbo a Málaga –4.000 kilómetros de navegación– dentro de un contenedor refrigerado a -22º, plantarlo luego en la calle Larios e invitar a la gente a ver cómo se derretía. Se pretendía así que los malagueños tomaran conciencia de problemas como el deshielo ártico y la crisis climática. Por si no la tenían ya.
La expedición, guiada por un aventurero, integrada por cinco adolescentes y financiada por la Diputación de Málaga, partió en julio y debía regresar a la ciudad andaluza en agosto. Pero el arribo de su preciada carga fue demorándose. Más tarde se supo que no se produciría nunca. Mediado octubre, el impulsor de la operación compareció ante los medios y admitió al fin su decepcionante resultado.
Sin un plan y una ejecución impecables, las causas nobles pueden parecer algo ridículo
El fiasco tuvo, según la prensa, dos momentos decisivos. El primero, cuando a medio viaje el contenedor recibió un fuerte golpe –no estaría bien estibado–, se abrieron sus puertas y el iceberg “salió disparado” y se fragmentó en cuatro trozos. El segundo, cuando en una revisión posterior se constató que el pedazo del iceberg más grande que quedaba tenía “el tamaño de una sandía”. Vaya por Dios. No quiero ni imaginar las embarazosas conversaciones telefónicas entre los expedicionarios y sus patrocinadores, a medida que el plan se torcía irremediablemente.
¿Con qué objetivo les refresco esta historia? Pues por si se pudiera aprender algo de ella. Es oportuno despertar conciencias ante la crisis climática, porque todavía hay ciegos y sordos que la niegan. Pero probablemente no se eligió el mejor método para lograrlo. Vayamos al concepto inicial de esta iniciativa: ¿Hacía falta derretir hielo de Groenlandia en Málaga para llamar la atención? Pues no. El problema no es novedoso: ya es sabido que el Ártico ha perdido un 40% de su superficie helada en el último medio siglo. Además, es incoherente traer un iceberg de tan lejos, con supuestos propósitos medioambientalistas, puesto que el transporte tiene un coste considerable para el medio ambiente.
Y es incomprensible, con lo extendida que está la doctrina del kilómetro cero, aplicada a tomates, lechugas o huevos, que una expedición ecologista se vaya a por hielo al Ártico. El hielo puede fabricarse en España. O filmarlo en el polo y exhibir su agonía aquí en una pantalla callejera. A no ser que se dé un valor fetichista al material genuino, y se aprecie el espectáculo de ver el hielo fundiéndose, que es casi tan entretenido como el de ver crecer la hierba.
Respecto a la organización y a la ejecución de este desafío, digamos que tampoco fue gran cosa. La naviera descuidó la carga, que quedó inutilizada y reducida a granizado.
En el mundo abundan los problemas graves, pero no es imprescindible importarlos, literalmente, para saber de ellos. Carecería de sentido llevar a unos radicales de Hamas de Gaza a Málaga para que los malagueños tomaran conciencia, de primera mano, de sus lesivas habilidades terroristas. El impacto recibido por la población sería directo, servido por fanáticos patanegra, pero no por ello más deseable. Y sería innecesario, puesto que quien más quien menos ve el telediario y conoce la tragedia en curso. Salvando las distancias, que son muchas, podría decirse algo semejante de lo del iceberg: una operación deficientemente pensada, una inversión difícil de justificar.
Las causas nobles son necesarias y quienes las emprenden merecen de entrada un respeto. Pero no por ser nobles andan solas. Ni andan bien sin la dirección adecuada. Precisamente porque son nobles exigen ser planteadas con gran responsabilidad, con proporcionalidad entre los objetivos y los recursos invertidos en su logro, y llevadas a cabo con precisión, sin errores de bulto ni otros fallos que desvirtúen su sentido. De lo contrario, se alcanzan efectos opuestos a los deseados. En este caso, lo que podía haber ayudado a un fin razonable se ha convertido en algo ridículo, en una fuente de chanzas. Entretanto, el Ártico sigue derritiéndose.