Trae cola aún la celebración cipotuda de Rubiales retransmitida a todo el mundo en riguroso directo. Que el de Motril tuviera el cuajo de desparramar sus gestos de hombría mal entendida desde el palco hasta el campo de juego con tanta resolución y alborozo solo revela hasta qué punto el hasta hoy máximo dirigente de la RFEF demuestra vulgaridad, torpeza y una comprensión nula o muy limitada del sentir de los tiempos, sobre todo en cuanto al liderazgo profesional de un deporte y la responsabilidad que conlleva.
Todavía hay quien se resiste a revisar su masculinidad en nuestra sociedad mayoritariamente feminista, y es un requisito para que podamos compartir espacios públicos y ámbitos privados en igualdad. Restar importancia a su bochornosa conducta en Sydney, hasta el punto de relegar a segundo plano el triunfo del equipo femenino, es ignorar que el machismo consiste en avasallar a la mujer. La rúbrica con un beso indeseado de esta grandísima conquista deportiva equivalió a situarse por encima de la jugadora, una reacción retrógrada que la rebaja y cosifica. La imagen inflada que Rubiales tiene de sí manifiesta lo compleja y multifacética que es la relación entre el androcentrismo propio de machirulos y los rasgos narcisistas. El exfutbolista ha exhibido una creencia tan desmedida en su superioridad que ni siquiera ha disimulado su misoginia (al contrario, ha hecho gala de ella), y no ha dudado en echar a la palestra e instrumentalizar a las mujeres de su entorno familiar, pasando por hijas, primas y madre.
Pues bien, se equivocó de cabo a rabo. Y la escenificación de su error no podría haber sido más simbólica: el terreno de juego de un deporte que mueve masas y miles de millones de euros. Si detrás de cada futbolista de élite hay una historia de superación, para las mujeres supone “el más difícil todavía”, como dicen los magos para rematar su función. Según las expectativas ultraconservadoras, el lugar de la mujer se limita a las gradas o el campo, pero en calidad de animadoras, ya sea con o sin pompones. Eso en el mejor de los casos, pues en algunos países el simple hecho de haber nacido como tal conlleva la prohibición de entrar en los estadios. Y, si se preparan para competir, como el equipo femenino turco de voleibol, flamantes campeonas europeas, los radicales religiosos las acusan de violar los valores del islam.
Rubiales ha exhibido una creencia tan desmedida en su superioridad que no ha disimulado su misoginia
Todo apunta al gran potencial del fútbol femenino desde varios puntos de vista (además del empresarial y el deportivo, en la promoción de la igualdad de género y el cambio de prejuicios), pero también existen razones para la cautela. Si incluso en el fútbol masculino los propietarios de los clubs a menudo priorizan aspectos comerciales sobre el deporte en sí, en el fútbol femenino no se han implantado suficientes medidas para favorecer la igualdad salarial y garantizar recursos financieros que aseguren su desarrollo desde la base.
Bien pensado, las mujeres somos una ganga para los guionistas. Me vino esto a la mente mientras veía Heimebane (Home ground / Terreno de juego) en la plataforma Filmin. Para construir una ficción, se necesita un conflicto que desencadene reacciones en los personajes. Basta con situar a una mujer donde supuestamente no debería estar y ya tenemos el conflicto servido en bandeja. La sinopsis de esta serie noruega cabe en una frase: “Una mujer se hace cargo de un equipo masculino de fútbol de la primera división noruega”. En otras palabras, una mujer lidera a hombres en un entorno saturado de virilidad y testosterona, donde a simple vista todo está conformado por hombres, desde los directivos y los cuerpos técnicos hasta los equipos arbitrales y la prensa. La serie me atrapó de inmediato porque aborda de forma inteligente numerosos estereotipos de la vida real y, en particular, del entorno laboral. Desde que un hombre interrumpa a una mujer para explicarle lo que ella ya sabe (incluso mejor), hasta las expectativas de rendimiento, que por su condición femenina debe ser mayor, pasando por el desciframiento de si los favores implican otras proposiciones, además de comentarios sobre su apariencia y sus habilidades en la cama. La protagonista de Heimebane se enfrenta a todas estas situaciones, incluido un episodio de acoso sexual por parte de otro entrenador, que luego declarará a la prensa que se trata de una invención de ella y él se erige como víctima. En suma, la ficción sirve para traducirnos el mundo como recuerda el título del nuevo ensayo de Juan Gabriel Vásquez. Aunque a veces resulta ser al revés.