Breve historia de la transición

Breve historia de la transición

Cinco presidentes de la Generalitat asistieron al homenaje a Pau Casals en Prada de Conflent. La imagen tiene una gran potencia en tiempos de divorcios sentimentales e ideológicos. Y la presencia de Carles Puigdemont subraya la relevancia política del acto, confirmada por las muestras de adhesión y –hay cosas que no cambian– los abucheos a José Montilla. El presidente Jordi Pujol hizo un parlamento en el que, por error, dio por muerto a Pasqual Maragall. Eso invita a pensar que nadie le escribe los discursos y que, a partir de cierta edad, las posibilidades de confundirnos se multiplican. 

Imagen inédita: Pujol, Montilla, Puigdemont, Torra y Aragonès juntos en un acto en Prada de Conflent

 

LV

Maragall se distanció de la actividad pública cuando le diagnosticaron alzheimer y, en el 2007, quiso anunciarlo para dar visibilidad a la enfermedad y contribuir a la investigación. Hoy la Fundación Pasqual Maragall honra activamente esta intención. Hasta hace poco, al presidente todavía lo he visto paseando, acompañado por dos cuidadores, por la Via Augusta, la última vez sentado en un banco y tarareando el Virolai.

Hoy la Fundación Pasqual Maragall honra activamente la lucha contra el alzheimer

Ojalá la confusión del presidente Pujol no se convierta en un meme recurrente y cruel. Por razones familiares, a mí me ha hecho sonreír melancólicamente. En agosto del 2006 murió Agustí de Semir, abogado y defensor de procesados antifranquistas. Era una personalidad importante de la política y la resistencia catalanista, amigo de mi padre, con el que compartió (con Maria Salvo) el doctorado honoris causa por la Universitat Politècnica de Barcelona. 

En casa de mis padres sonó el teléfono. Mi madre descolgó. El presidente, sinceramente compungido, le transmitió el pésame por la muerte de Gregorio, mi padre. El presidente se había confundido y, probablemente por precipitación, quiso ser el primero en apoyar a la viuda. Mi madre lo escuchó y cuando pudo meter baza –no es fácil interrumpir a Pujol– le dijo: “Un momento, presidente, que podrá darle el pésame a Gregorio personalmente”.

Poco a poco, mi padre, que entonces ya tenía una salud amenazada por los efectos devastadores de la vejez, se levantó y caminó hasta el pasillo –tenían el teléfono en el pasillo– y él y el presidente pudieron aclarar el malentendido entre risas y celebrar, con el respeto por las discrepancias y las batallas compartidas, el hecho de estar vivos.

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