La mentira ha atravesado los siglos sin rubor. La postura posmoderna es que el derecho a la verdad carece de fundamento porque, simplemente, todo depende de cómo se miren las cosas. Franz Kafka escribía en 1914 en El proceso que la mentira se convierte en principio universal. Una generación más tarde, George Orwell nos hablaba del Ministerio de la Verdad en su burla del totalitarismo soviético en su obra 1984. El Ministerio de la Verdad se ocupaba de las mentiras y el Ministerio de la Paz gestionaba la guerra. En tiempos de engaño universal, escribió Orwell, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario.
Steve Bannon fue uno de los principales ideólogos y estrategas de la victoria de Trump en el 2016. Tuvo una ocurrencia que define al personaje y al estilo de hacer política, usando el neolenguaje que confunde a las gentes no informadas. Dijo que “la oscuridad es buena”. Fue despedido de la Casa Blanca, condenado por desacato al Congreso a cuatro meses de cárcel y se estableció un tiempo en Italia como consultor de grupos de la extrema derecha de toda Europa.
El Brexit fue un triunfo de la mentira. En su campaña del 2016, Jeremy Hunt, a la sazón ministro de Exteriores británico y hoy ministro de Hacienda, comparó la Unión Europea con las cárceles soviéticas. Boris Johnson y Nigel Farage recorrían las ciudades británicas con un autobús de dos pisos en el que constaba un gran letrero en el que se podía leer con letras gordas que el Brexit comportaría la recuperación de 350 millones de libras semanales que se invertirían en el sistema público de salud. Era mentira.
Al día siguiente de la victoria del Brexit, Johnson dijo sin inmutarse que había sido un error. Al cabo de dos años y después de una contundente victoria electoral que reivindicaba las falsedades planteadas en el referéndum, anunció su dimisión empujado por las mentiras. Un informe de los Comunes posterior declaraba que Johnson había mentido deliberadamente al Parlamento en cinco ocasiones.
El diablo es el padre de la mentira, escribe san Juan, y desorienta al gran público con verdades alternativas como las que calificó la consejera de Trump, Kellyanne Conway, el mismo día de la toma de posesión del presidente al comparar el número de asistentes a la inauguración de Trump con la de Obama. La portavoz no resistió la carga de la prueba. Las imágenes mostraban la mentira.
Pasearse por los medios sin datos fiables es un peligro para la convivencia y la libertad
No hay manos inocentes ni en la política ni en el periodismo. En campaña electoral se dicen muchas falsedades, pero si los hechos demuestran una mentira, grande o pequeña, hay que denunciarlo. La posverdad es el prefascismo, afirma Timothy Snyder en su afilado ensayo Sobre la tiranía. Si nos basamos en hechos inciertos, inseguros y falsos para hacer política podemos dañar severamente la convivencia y estropear el sistema democrático.
Pasearse por los platós de televisión y plataformas varias sin datos fiables es un peligro que conviene denunciar. La función del periodismo es precisamente contar las cosas que pasan con la mayor fiabilidad posible, sabiendo que no existe ni la objetividad ni la neutralidad absoluta. Pero atenerse a los hechos es el primer paso para conocer la realidad. El problema más inquietante de nuestro tiempo es la indiferencia a la verdad o a lo verosímil. También a las tendencias en el periodismo de todos los tiempos de provocar que pasen cosas en vez de explicar claramente las que ocurren. El periodismo profético es desmentido muy deprisa por los hechos.
Toda campaña electoral contiene muchos impactos emocionales, propaganda, promesas fantasiosas y duras críticas a los adversarios. El político puede tener la pretensión de que todo vale y que puede arremeter contra los medios que considera hostiles y contra lo que califica como noticias falsas de sus contrincantes.
Sería muy útil en los debates y en las entrevistas electorales disponer de un detector de mentiras que saltara inmediatamente cuando se detecta una falsedad. El fact checker de The Washington Post descubrió más de diez mil falsedades en los tres primeros años de la presidencia Trump. Era cuando gobernaba con tuits mañaneros pensando que la verdad consistía en contraatacar a quienes le llevaban la contraria. Las encuestas le dan favorito para ser el candidato republicano. Las mentiras masivas son el preludio de las guerras. Se pueden combatir con información.