Autocracia vestida de seda

Autocracia vestida de seda

No hace falta ser un experto en viajes y turismo para darse cuenta de que no es el mejor momento para visitar Rusia. Mientras su líder, heredero del antiguo imperio, juega las bazas del belicismo y la política de tierra quemada (e inundada) contra su vecino inmediato, los que tenemos una relación estrecha con la cultura de aquel país volvemos la mirada a otras latitudes para llenar el vacío dejado por esta guerra absurda y perversa.

Chinese President Xi Jinping, Kazakhstan's President Kassym-Jomart Tokayev, Kyrgyzstan's President Sadyr Japarov, Tajikistan's President Emomali Rahmon, Turkmenistan's President Serdar Berdymukhamedov and Uzbekistan's President Shavkat Mirziyoyev wave as they pose for pictures at a group photo session during the China-Central Asia Summit in Xian, Shaanxi province, China May 19, 2023. REUTERS/Florence Lo/Pool

Los presidentes de Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, junto a Xi Jinping en la Cumbre China-Asia Central  

FLORENCE LO / Reuters

Absurda, porque es resultado de un error de cálculo del inquilino del Kremlin bajo el influjo de excesivas horas de lectura de un relato patrio desactualizado, nutrido por la historiografía rusa de hace dos siglos, como me comentó Orlando Figes en su reciente paso por Barcelona. Perversa, debido a las catástrofes humanitarias y medioambientales que se producen a diario.

Acabo de regresar de una larga estancia en Asia Central, donde me acogieron varias instituciones académicas de Uzbekistán y Kazajistán, con la necesaria ayuda de la representación diplomática de España. Esta región se ha convertido en un observatorio privilegiado para seguir estos tiempos interesantes que nos han tocado vivir, y los califico con este adjetivo teniendo en mente la maldición china (aunque se sabe apócrifa: “¡Ojalá vivas tiempos interesantes!”), que citan con profusión politólogos y analistas para recordar que, si bien los tiempos tranquilos pueden provocar hastío, son preferibles a periodos de fuerte inestabilidad en que nos arriesgamos a acabar aplastados bajo la rueda del caos.

En la antigua ruta de la seda, además del comercio, se apreciaba la cultura; en la actual, solo lo económico

Estos tiempos interesantes coinciden con el inminente décimo aniversario de un movimiento estratégico en la política exterior de China que ya ha transformado la geopolítica global y lo hará aún más. Me refiero a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) que anunció el propio Xi en 2013 durante un discurso en la Universidad Nazarbáyev de Kazajistán, donde evocó el episodio histórico de la ruta de la seda: “Hoy, al estar aquí y recordar aquel hecho del pasado, casi puedo oír el eco de las campanas de los camellos en las montañas y divisar una brizna de humo elevándose desde el desierto”.

Pero si en la antigua ruta de la seda, desarrollada a lo largo de varios siglos, no se impuso la hegemonía de un solo país, sino que involucró a una pluralidad de poderes regionales, con lo que diferentes imperios y reinos ejercieron su influencia en diferentes momentos y en distintos tramos de la ruta, en la reedición que ha lanzado China se ha reservado el protagonismo absoluto. 

Los proyectos de infraestructuras que financia en el extranjero, con especial atención en Asia central y el Sur Global, a veces tienen como efecto colateral para las otras partes la dependencia económica y la excesiva carga de deuda. Si en la antigua ruta de la seda la difusión cultural fue un bien preciado además del comercio, la actual se concentra en los aspectos económicos. Es una peculiar visión del progreso.

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Pocos días después de la celebración del día de la Victoria en Moscú, donde acompañaron a Putin los presidentes de los cinco stanes (Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán), estos se dirigieron a Xian para participar en la cumbre China-Asia Central. Fue la primera reunión cara a cara entre los líderes de los países centroasiáticos y el presidente de China desde que establecieron relaciones diplomáticas hace 31 años, tras su independencia de la Unión Soviética.

Las promesas de seguridad universal y amistad eterna estuvieron acompañadas de datos sobre su cooperación, que incluye kilómetros de líneas ferroviarias, autopistas, túneles y gasoductos, entre otros. Sin embargo, una declaración de Xi arrojó una sombra gris sobre este panorama color de rosa: “Los seis países deben oponerse firmemente a la injerencia exterior en los asuntos internos de los países de la región y a los intentos de instigar revoluciones de colores”. Es decir, restricción de libertades a cambio de crecimiento económico.

Las cifras, por deslumbrantes que sean, no deben actuar como un polvo cegador. Al igual que en el caso de Rusia, China, a la greña con el Occidente liberal y el orden internacional de hoy, aspira a algo más que a alterar el statu quo en su entorno. Más de uno imagina ya un escenario para 2035 en que los consumidores de clase media en Eurasia compren masivamente en plataformas digitales chinas. ¿Veremos las noticias en canales chinos, con redes 5G operadas por Huawei y un internet restringido por el Gran Cortafuegos chino como si fuera un homenaje digital a la Gran Muralla?

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