Madrid, Ministerio de Fomento, 11 de noviembre del 2013. La ministra Ana Pastor, su secretario de Estado, Rafael Catalá, y directivos de Adif pactan con la Generalitat treinta medidas de urgencia, por desarrollar entre el 2014 y el 2016 para mejorar la seguridad y viabilidad de la red de cercanías, por valor de 306 millones. Por parte de la Generalitat, rubricamos el acuerdo el entonces secretario de Infraestructuras, Ricard Font –hoy director de Bimsa con Ada Colau–, el director general de Infraestructuras, Xavier Flores –hoy secretario de Infraestructuras del Gobierno de España– y yo mismo como conseller.
Lo que debía ser una reunión política de orientación de la legislatura acabó convirtiéndose en una sesión maratoniana de políticos contra técnicos. Relación de inversiones y costes en mano –y ante nuestra mirada atónita–, la ministra en persona chequeó el estado de la cuestión de cada una de las medidas denunciadas como urgentes: desde la renovación semafórica en un punto kilométrico de la R3 hasta la sustitución de una catenaria o unos metros más de andenes en esta o aquella estación de la R1.
Ministra y conseller al ataque, técnicos de Adif a la defensa. “A estos hay que atarles corto, Santi”, me confesó Ana Pastor en el receso de una reunión que se alargó más de cuatro horas. Y es que, para los políticos, aquello era ya ¡una cuestión de orgullo! De regreso a Barcelona, en el AVE, llamé de inmediato y con entusiasmo al president Mas y al conseller Homs para confirmarles el avance. Noté escepticismo, aunque me felicitaron.
Dos años después, cuando más intensa y fructífera era la relación entre gobiernos, fui cesado como conseller de Territori y nombrado titular de Cultura. En el 2016 concentrarse en lo cotidiano ya no cotizaba ni en Barcelona ni en Madrid. Lo que había sido el inicio de una etapa de colaboración honesta y positiva tornó rápidamente en una nueva fase de confrontación. Según el Ministerio, los compromisos se iban cumpliendo; según Territori su grado de cumplimiento apenas rozaba el 20%. Sinceramente, desde el sillón del Palau Marc, sede del Departament de Cultura, nunca di credibilidad ni a las cifras de la conselleria –volcada ya en la instrumentalización de cualquier incidente para servir a la causa independentista– ni a las del Ministerio, que de nuevo situó las inversiones acordadas como triste moneda de cambio para simular sensibilidad con Catalunya.
Y es que pocos servicios como el de Rodalies, que utilizan diariamente casi medio millón de catalanes, explicitan tan claramente la solvencia (o su falta) en la administración. Además, como había acreditado el colapso ferroviario en diciembre del 2007 o en el 2010, la reivindicación de más y mejores trenes en Extremadura conlleva un simple problema de gestión. En Catalunya, sin embargo, es toda una cuestión de Estado, que rápidamente permite a unos y otros hablar a su respectiva parroquia de “servicios coloniales” o de “victimismo nacionalista”.
¿Nos compensa enzarzarnos en una reyerta oportunista sobre Rodalies que lo paralice todo de nuevo?
Así las cosas, Pedro Sánchez cogió el toro por los cuernos, se rodeó de políticos y cuadros catalanes –ministra, secretario de Estado, presidente de Renfe, coordinador del Plan de Cercanías– y aprobó un nuevo plan con una previsión de inversiones por valor de más de 3.500 millones de euros. Hoy más de 1.000 millones ya se han ejecutado y 2.300 están en periodo de licitación. Por su parte, Renfe ha comprado 101 trenes de gran capacidad, en gran parte fabricados en Catalunya y para servir en Rodalies. Con el país en obras, pues, inevitablemente a corto plazo las incidencias han aumentado, regalo siempre aprovechado por los partidarios del cuanto peor mejor, para quienes incluso la caída de algún rayo inoportuno es recibida con mayor satisfacción que las tan ansiadas lluvias de mayo.
Crónica falta de inversiones, falta de maquinistas, robos de cable e incidencias por obras son datos objetivos y reprobables. Pero, en mi opinión, la pregunta que los ciudadanos debemos hacernos es: si tan cierto como que el servicio es deficiente lo es que por fin el Gobierno parece comprometido en remontarlo, ¿de verdad que nos compensa enzarzarnos otra vez en una triste reyerta oportunista que lo paralice todo de nuevo? Caer en esta tentación, por un puñado de votos, me suena a rueda de hámster, sí, aquel estadio en que quedas atrapado, enganchado en un círculo vicioso, en el que por más que te muevas ya no avanzas ni un ápice.