Bruce Springsteen protagonizó el viernes y ayer domingo otros dos conciertos memorables en Barcelona. El Estadi Olímpic Lluís Companys se llenó para escuchar al cantante, músico y compositor de Nueva Jersey, en el inicio de su nueva gira europea, que acabará el 25 de julio en Monza.
Desde la publicación del primer álbum de Springsteen – Greetings from Asbury Park, N.J. (1973)– ha pasado ya medio siglo. Se dice pronto. A lo largo de estos años, el cantautor norteamericano se ha convertido en un creador admirado en todo el mundo, en cuyo repertorio conviven el folk, el rock y la canción social.
La ciudad se ha forjado un renombre como sede de la música popular que debe mantenerse
Barcelona recibió por primera vez a Springsteen en abril de 1981, en un concierto en el Palau dels Esports. Desde entonces ha actuado una veintena de veces en nuestra ciudad, con la que ha entablado una afectuosa relación. Afectuosa y correspondida: las 120.000 entradas de los conciertos de ayer y del viernes se vendieron a enorme velocidad cuando fueron puestas a la venta el año pasado.
Los artistas globales se deben, por definición, a públicos dispares. Pero no está fuera de lugar afirmar que Barcelona y Springsteen han desarrollado una entente que agrada y enorgullece a ambas partes. A Barcelona, porque disfruta con Springsteen y agradece su fidelidad. Y al Boss, porque elige nuestra ciudad para traer a uno de sus conciertos a invitados tan especiales como el expresidente Barack Obama o Steven Spielberg. Por todo lo dicho, quizás sea Springsteen una de las pruebas más claras de la vinculación de Barcelona con la música popular, que puede presentarse como otro de los atributos culturales de la ciudad.
La lista de responsables de este lazo incluye a muchas personas. Empezando, claro, por los melómanos locales, y siguiendo por los músicos de aquí o de otros países habituales de nuestra escena. Siguiendo por los promotores, entre los que se cuentan figuras pioneras como Gay Mercader, que empezaron a traer, todavía en tiempos de dictadura franquista, a músicos de primer nivel. Y siguiendo con una constelación de posteriores festivales, como Sónar o Primavera Sound, o como el ya muy veterano Festival de Jazz, cuyo programa acaba por cierto de ser presentado. Todos ellos –también los músicos que incluyen regularmente la ciudad en sus giras (Coldplay estará cuatro noches a finales de mes en Barcelona; Elton John, dos, dentro de tres semanas)– han contribuido a convertir Barcelona en un destacado destino de la música popular.
El resultado de tantos esfuerzos ha sido esta rica oferta musical. El público barcelonés, que la sanciona con su presencia entusiasta, lo sabe bien. Las autoridades no deben ignorarlo. Barcelona es un gran puerto musical y sería bueno para todos que siguiera siéndolo muchos años.