Bancos: tres, seis, tres
Hace un siglo corría en Estados Unidos un chiste que definía la regla de vida del buen banquero: pedir prestado al tres por ciento, prestarlo al seis, y a las tres estar en el campo de golf: era la regla del “tres, seis, tres”. En apariencia al menos, el negocio bancario, un coto cerrado en el que todos se conocían, era tranquilo, si uno no hacía tonterías. Sin embargo, el sector no estaba al abrigo de crisis provocadas por pánicos entre sus depositantes: entre 1800 y 1945 hay registradas una veintena de crisis en América y Europa.
Una de ellas, el pánico de 1907, aconsejó la creación la Reserva Federal, que pretendía evitar futuras crisis. Pero el aumento de la competencia entre bancos estrechó los márgenes (el “seis menos tres” de antes), y los banqueros aumentaron el volumen de negocio tomando mayores riesgos con el dinero de sus depositantes. Para no molestar pidiendo más capital, idearon operaciones que quedaban al abrigo del ojo de lince del regulador, lo que aumentó la fragilidad del sistema. El regulador intensificó su intervención, de modo que a partir de 1945 solo se han registrado cinco crisis. Pero con Reagan se inició una carrera hacia la desregulación que facilitó la gran crisis del 2008.
Intervenciones posteriores han procurado dar mayor solidez al sistema, pero los sucesos recientes muestran que no ha sido suficiente. Como la característica del sistema financiero es que los errores de una entidad puedan contagiarse a las demás (por el contrario, la quiebra de Coca-Cola sería una buena noticia para Pepsico), el sector financiero tiene la economía entera como rehén, al tiempo que recoge una parte sustancial (el 40% en Estados Unidos) de los beneficios totales que esta genera. Una diferencia excesiva entre el beneficio capturado y el servicio prestado a la sociedad, más aún si consideramos el coste de las crisis que esta ha de soportar de vez en cuando.
Esta observación justifica la aparición, en plena Gran Depresión, de un texto de ocho páginas llamado popularmente Plan de Chicago, en el que un grupo de distinguidos economistas proponía prohibir a la banca las operaciones de inversión: estas debían ser realizadas por sociedades separadas financiadas exclusivamente con los recursos de sus accionistas. La propuesta, que suponía la desaparición del sector financiero que conocemos, no prosperó entonces, ni prosperaría hoy. Pero el que haya vuelto a la actualidad puede servir de aviso a navegantes: la paciencia de la sociedad vuelve a estar en mínimos.
Los depositantes del Silicon Valley Bank pudieron retirar todo su dinero con un clic al primer soplo en las redes
La digitalización ha introducido un nuevo elemento de fragilidad: en crisis anteriores, cuando los depositantes formaban colas para exigir la devolución de su dinero, la entidad cumplía, devolviendo el dinero... en monedas de diez céntimos. Los clientes se calmaban, viendo que su dinero estaba ahí, y volvían a sus casas, cansados de hacer cola en la calle. Hoy, los depositantes del Silicon Valley Bank (SVB), profesionales bien informados, pudieron retirar todo su dinero con un clic al primer soplo que corrió por las redes, algo imposible hace un siglo. Quizá deba imponer el regulador la obligación de que los depositantes sean más torpes que el banquero, o por lo menos más lentos. Un pensamiento inquietante.
Hoy, el seis menos tres ha desaparecido. El banquero tampoco pasa la tarde jugando al golf, pero se considera de buen tono que corra un maratón por lo menos dos veces al año. Es el progreso.