¿Y si dejáramos de drogarnos?

Hay dolores húmedos. El de un edema óseo tras una operación de la tríada de la rodilla, por ejemplo. Dolores urentes, ardientes como el del herpes (terrible el de zoster). Dolores pulsátiles o intermitentes y dolores estáticos, obcecados en agredir en un solo punto. Pum, pum, pum... como la bota malaya.

Los hay también punzantes, ¡ay!, como una cuchillada. Los hay opresivos, que te retuercen el diafragma para robarte el aire. Los hay irradiantes, que empiezan, qué sé yo, en la parte alta de la espalda y bajan inmisericordes hasta el codo. Y por lo general, los dolores llegan y se van, pero también lo hay desesperadamente crónicos. Son dolores reales o dolores pensados, imaginados. A veces hay hasta dolores fantasma de partes amputadas que no quieren olvidar que un día existieron.

Planta de la marihuana

 

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Cada dolor es distinto. Ni baremos hay para medirlo. ¿Le duele mucho o poco? ¿En una escala del uno al diez? ¿Y si el diez tuyo es el uno mío?

¿El peor de los dolores? El dolor vacío. Es ese dolor de “cuando un amigo se va” internacionalizado por Cortez, que Shakira disfraza de rabieta cantada. Por mucho que las mujeres ya no lloren, ese dolor, el vacío (seas tú quien lo deja o la dejada, o, peor, cuando tienes que despedirte para siempre, pero siempre siempre, de alguien que te fue imprescindible) se siente rabioso en el pecho. En el centro. Ahí en esa punta de puñal que es el xifoides, que, en casos de pena extrema, retrocede hasta esconder la tristeza por detrás de tus pulmones.

Pero a ese dolor, ¡ay!, hay que mirarle a la cara. Hacerle vacío al vacío. Todo dolor es un duelo. Una ruptura que no hay droga, ni de pijos, ni de pobres, que cure. No lo diluirá la cocaína rosa. Ni las yanquis gominolas de fentanilo que rulan por nuestras calles. Ni el shabú más ravalero. Ni las diversiones cannábicas acotadas en Amsterdam que ahora inundan Barcelona (¡somos tan guais!). Ni el alcohol. Automedicarse...

A ese dolor hay que cogerlo por la cola, ¡ay! para “no pensar nunca en la muerte/ y dejar irse las tardes/ mirando como atardece./ Ver toda la mar enfrente / y no estar triste por nada /mientras el sol se arrepiente./ Y morirme de repente / el día menos pensado./ Ese en el que pienso siempre” que Mayte Martín canta a Manuel Alcántara. Eso cura. Y dejar de drogarse.

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