Boris Johnson explica en el documental de la BBC Putin y Occidente una conversación que tuvo con el presidente ruso a las puertas de la invasión de Ucrania, en la cual al parecer le advirtió de las consecuencias que tendría su agresión. Johnson asegura que le avisó de que la ocupación sería una verdadera catástrofe para Rusia y para el propio Putin, pues pagaría un alto coste en sanciones por parte de Washington y Bruselas, además de tener que aceptar el despliegue de las tropas de la OTAN en la frontera con su país.
El ex primer ministro británico es un hombre poco fiable en el relato, hasta el punto de que con 23 años le echaron del diario The Times por haberse inventado una noticia sobre un amante gay del rey Eduardo II, para lo cual citó a un profesor de Oxford que nunca había escrito sobre ello.
En cualquier caso, la conversación entre Johnson y Putin existió. En ella afirma que el presidente ruso le amenazó con lanzarle un misil si seguía con su discurso. De acuerdo con el relato del ex primer ministro, le formuló la amenaza en un tono relajado, casi como una advertencia a un amigo.
El Kremlin se ha apresurado a decir que todo es una mentira deliberada o quizás es que no entendió lo que Putin quería decirle. De todos modos, no solo Johnson, sino todo Occidente, se ha sentido amenazado en los últimos meses por Putin al advertir que usaría armas nucleares en caso de que interfieran en sus planes.
Putin desmiente que lo amenazara, pero luego intimidó al mundo con el botón nuclear
Las bravuconadas son aún rentables en política, aunque para fanfarronear hay que ser un farsante creíble. En la mesa de Potsdam, Truman, Stalin y Churchill se repartieron el mundo y el dictador soviético esbozó sus planes sobre Alemania: “Cincuenta mil alemanes deben morir; su Estado Mayor debe desaparecer”. El premier británico le respondió que se había confundido de carnicero y abandonó la sala.
En los momentos delicados de la historia, las bravatas no son bienvenidas. Clemenceau dijo que las guerras son demasiado importantes para dejárselas a los generales. Pero se le olvidó añadir que resultan igualmente excesivas para dejárselas a los políticos. El mundo necesita diálogo para reconducir las guerras, no impertinencias que nos conduzcan al fin de la historia.