Al final de la escapada (y 3)

En el cine, las escapadas suelen terminar mal. Así sucede en Al final de la escapada (À bout de souffle), de Godard, con Belmondo y Seberg, y en La escapada (Il sorpasso), de Risi, con Gassman y Trintignant; aquella, pretenciosa y sobrevalorada, esta, extraordinaria, pero ambas unidas por un triste final. Distinto será –quizá– el final de la escapada de Pedro Sánchez. Y digo escapada sin ánimo peyorativo, porque escapada fue y valiente la carrera protagonizada por Pedro Sánchez después de su defenestración por la vieja guardia del PSOE, cuando arrancó en solitario con gran determinación y coraje.

Este es el gran activo de Sánchez: poseer un arrojo que ha faltado a sus competidores: uno, un soberbio con cierto barniz (solo barniz) cultural; otros, irrelevantes; y el que resta, opaco. Total, que Sánchez tiene aún cartas para que su escapada termine bien, repita gobierno de coalición con los mismos socios, y, consumido su segundo mandato, acceda a un alto puesto internacional, pues no desmerece ante algunos predecesores. Un cursus honorum impecable.

Ahora bien, la pregunta que hacerse es esta: ¿Cómo quedará España –la nación y su Estado– al final de la escapada de Sánchez? Es imposible acertar en el vaticinio, pero pueden adelantarse tres rasgos de su legado: 1) Éxito de algunas de sus políticas sociales. 2) Gravísima degradación institucional causante de una no menos grave erosión del sistema de democracia representativa. 3) Conversión del Partido Socialista en un partido populista, que aclama a su líder y tiende a concentrar todos los poderes del Estado en el ejecutivo. El régimen del 78 estará entonces al término de su desguace, un proceso hace ya tiempo iniciado.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una sesión plenaria, en el Congreso de los Diputados, a 21 de diciembre de 2022, en Madrid (España). El Pleno del Congreso debate la Ley de los Mercados de Valores y de los Servicios de Inversión, que encarará así su último trámite en la Cámara Baja para pasar a su tramitación en el Senado. Con la nueva norma, se reforzarán los controles de servicios de criptoactivos y, entre otras medidas, se permitirá que se suspenda la autorización a un proveedor de servicios en el caso de que este cometa una infracción muy grave. El Pleno del Congreso también aborda la nueva Ley de Empleo, por la que se modificará el Estatuto de los Trabajadores para que, en caso de despido colectivo, la Inspección de Trabajo y Seguridad Social se pronuncie sobre la concurrencia de las causas especificadas por la empresa en la comunicación inicial del Expediente de Regulación (ERE).
21 DICIEMBRE 2022;MERCADO DE VALORES;CONGRESO;TRABAJO;ERE;SENADO
Eduardo Parra / Europa Press
21/12/2022

 

Eduardo Parra / EP

En todo caso, huelga llorar sobre la leche derramada durante tantos años, desde antes de que Sánchez llegase al poder. Porque sería injusto atribuirle solo a él y al PSOE toda la responsabilidad. Muchos artículos he dedicado a criticar los que juzgo errores de Sánchez por sus alianzas, cesiones y pactos; dicho queda y no me retracto. 

Pero hay que hacerse también otra pregunta: ¿Dónde han estado durante todos estos años los liberal-conservadores españoles, si es que los hay, comprometidos con la libertad y la justicia, respetuosos con la verdad (pienso en los atentados de Atocha), exactos cumplidores de la ley (pienso en el Consejo General del Poder Judicial) e inteligentes conocedores de la realidad catalana (pienso en la recogida de firmas del año 2006)?

El egoísmo de los dos grandes partidos es la causa del deterioro de nuestra democracia

No hago esta pregunta por una mezquina pretensión de imparcialidad y equidistancia. Mi crítica a los dos grandes partidos españoles se funda en la convicción de que han sido, y son, sus egoísmos y sus viles intereses partidarios las causas determinantes del deterioro de nuestras instituciones, de la erosión de nuestra democracia y, lo que es aún peor, del deterioro creciente de la idea de España como nación y de la fortaleza, históricamente escasa, de su Estado. 

Al inicio de la transición, el miedo que todos sentíamos hizo que nos comportáramos con cierta cordura y llegásemos a pactos –los de la Moncloa y el constitucional–, que pusieron en franquía la nave de nuestro país para asombro propio y admiración general. Pero, cuando el miedo desapareció, caímos de nuevo en los enfrentamientos cainitas de siempre y, al final, hemos vuelto a donde solíamos.

“Nosotros no transigiremos nunca”, clamó hace un tiempo una voz. La suerte estaba echada. Hace un siglo, la radicalización miserable y criminal de los políticos llevó a este país al desastre. Ahora se manifiesta una similar radicalización en unos partidos que no desmerecen a los de entonces en indigencia intelectual, miseria moral y desatino político. El desenlace no será igual porque a estas alturas de la historia no puede serlo, pero no se evitará una ruptura de imprevisible concreción. Lo que sí sé es que, por este camino, abortaremos en lo que hoy es España toda esperanza de una convivencia en paz y justicia. ¿Quién será el culpable del fracaso de España como proyecto político? Entre todos la matamos y ella sola se murió.

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