El pacto de San Sebastián (1)

El pacto de San Sebastián (1)

El 17 de agosto de 1930 se reunieron en los locales de la Unión Republicana de San Sebastián, con el fin de aunar esfuerzos, representantes de las formaciones republicanas españolas y de los partidos nacionalistas catalanes. Estaban todos: Lerroux y Azaña, por Alianza Republicana; Albornoz y Galarza, por el Partido Radical Socialista; Alcalá-Zamora y Maura, por Derecha Liberal Republicana; Carrasco, por Acció Catalana; Mallol, por Acció Republicana; Aiguader, por Estat Català, e Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos a título­ individual, pues el PSOE no había querido sumarse hasta conocer el resul­tado de la reunión. Asistieron como invitados Felipe Sánchez-Román y Eduardo Ortega y Gasset.

Pronto se llegó al acuerdo de establecer un plan para proclamar la República, incluida la huelga general y la necesidad de contar con la colaboración de socialistas y cenetistas. Pero la discusión con los catalanes fue dura. “A Catalunya –dijo Aiguader– le interesa más su libertad nacional que la República”. Maura pidió aclaraciones, que Carrasco le dio afirmando que la mera proclamación de la República supondría de facto la más absoluta independencia para Catalunya. “De modo –le respondió Albornoz–que pensáis aprovecharos de la revolución para proclamar la independencia”.

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Se encendió el debate hasta que Lerroux y Alcalá-Zamora –que, según él, “guiaba la discusión hacia la concordia”– dieron satisfacción a los catalanes a costa de dejar a la interpretación de los asistentes los compromisos contraídos, lo que fue objeto de múltiples discusiones posteriores, “al no existir –según Josep Contreras– una de­claración por escrito de la reunión”, aunque Prieto redactó un resumen. 

En realidad –según Contreras– “la concesión se debió a que ni los catalanistas contaban con fuerza suficiente para barajar fórmulas cercanas a la independencia, ni los republicanos es­pañoles podían prescindir de Catalunya en el proceso de desgaste de la monarquía”. Pero la vaguedad de las conclusiones provocó la aparición de interpretaciones dispares. Los republicanos insistieron en la autoridad de las futuras Cortes constituyentes para aprobar o rechazar el Estatut de Catalu­nya, mientras que los nacionalistas catalanes sostuvieron el derecho popular a la autodeterminación.

El acuerdo de socialistas, independentistas y republicanos fue estable y duradero

Durante los meses de septiembre y octubre, Alcalá-Zamora y Azaña se reunieron con una representación del PSOE y de UGT integrada por Besteiro, Cordero y Saborit, y se acordó que ambas formaciones apoyarían un movimiento revolucionario republicano. Y, por fin, el 20 de octubre se celebró una reunión conjunta de las comisiones ejecutivas del PSOE y de UGT, en la que se decidió su incorporación al pacto de San Sebastián y la participación en el futuro gobierno provisional de la República con tres ministros. La resolución fue aprobada por ocho votos contra seis. Votaron a favor Largo Caballero, De los Ríos, Ovejero, Santiago, Gana, Henche, Cordero y Carrillo; y lo hicieron en contra Besteiro, Saborit, Anastasio de Gracia, Lucio Martínez, Aníbal Sánchez y Trifón Gómez. Para integrarse en el comité revolucionario y luego en el gobierno fueron designados Largo Caballero, De los Ríos y Prieto. La suerte estaba echada. 

El 12 de diciembre se sublevó la guarnición de Jaca, dominada con presteza por las fuerzas leales al gobierno; y a las dos de la tarde del día 14, tras ser condenados en juicio sumarísimo, fueron fusilados los capitanes Galán y García Hernández. Entonces, los acontecimientos se precipitaron y, tras las elecciones que ganó el Frente Popular, se proclamó la República el 14 de abril.

Lo recuerdo para tener presentes dos hechos útiles para entender el presente y avizorar el futuro: 1) El pacto de San Sebastián generó una coalición potente y duradera que, pese a sus conflictos internos, se mantuvo firme durante toda la Segunda República y la Guerra Civil. 2) Lo que unía a esta coalición de intereses era tan solo la oposición a un enemigo común (el régimen de la Restauración, monarquía incluida), pues los objetivos de sus integrantes eran diversos e incluso contrapuestos.

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