Clítoris de acero

Clítoris de acero

Como con el dinero que me dieron por ganar el premio Prudenci Bertrana de novela me compré un Citroën 2CV, en 1978 Marcelo Cohen y un servidor nos fuimos en agosto a viajar por Italia y Austria. Recuerdo el año porque fue aquel en que, una vez muerto Pablo VI, escogieron a Juan Pablo I para sucederlo. Oímos la noticia por radio, mientras enfilábamos una curva empinada. No sabíamos, claro, que treinta y tres días después el tal Juan Pablo I moriría de repente, de forma altamente sospechosa.

Como –mientras esperábamos la hora de recluirnos en los albergues juveniles donde dormíamos– teníamos bastante tiempo libre, ideamos la trama de una novela. Los personajes tomaban nombres y apellidos de los letreros que veíamos en las calles por las que paseábamos. Uno de los protagonistas se llamaba Semifreddo Frizzante, conde di Risparmio. Nos divertía la idea de un semifreddo que fuera frizzante, como algunos vinos. El título nobiliario, obviamente, le venía de los carteles que anunciaban “Cassa di Risparmio”.

La novela llevaba por título Clítoris de acero. Eso lo teníamos claro desde el principio. Los primeros capítulos pasaban en La Sal, un conocido bar feminista de la calle Riereta. Íbamos a veces, sin saber que aquellas noches en la barra nos servían para documentarnos. Después de pocos capítulos, acabado el viaje, lo dejamos correr. Eso sí: escribimos el prólogo, que firmaba un pomposo catedrático de literatura comparada de una universidad prestigiosa. 

LV

 

LV

El título lo tuvimos claro desde el principio; el resto, no tanto

Todavía recuerdo de memoria el inicio de aquel prólogo: “Poco imaginaba yo, aquella mañana desabrida, que la silueta que se recortaba en la puerta de mi despacho llevaba en sus manos el manuscrito de la novela que estaba destinada a revolucionar la historia de la narrativa contemporánea. Es esta que usted, apreciado lector, tiene ahora en sus manos”.

Qué bien nos lo pasábamos, Marcelo, y cómo te echamos de menos.

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