Vidas de zombi

Vidas de zombi

Una estudiante universitaria china lo cuenta al corresponsal de TV3 en Pekín, Francesc Canals, el pasado lunes: “Llevamos una vida de zombis”. La joven no aparece con su verdadero nombre por temor a las represalias del Gobierno. Vida de zombi, retengan este sintagma, por favor. Ismael Arana, corresponsal de La Vanguardia en Hong Kong, explicaba el martes que un joven procedente de Shanghai que exhibía un folio en blanco –símbolo de la contestación– decía haber “esperado mucho tiempo para hablar, antes no tuve ocasión”. Retengan también lo de los folios sin palabra alguna, para evitar ser acusados y detenidos por mostrar desacuerdo con el régimen.

Las protestas del pasado fin de semana contra el férreo control impuesto para detener la covid revelan una sociedad tan harta que parece haber perdido el miedo. Los zombis no le temen a nada y menos a la muerte. La existencia del zombi es la pura desesperanza en expansión. La trágica muerte de diez personas en un incendio –al que los bomberos no llegaron a tiempo por las medidas severas de confinamiento– fue el suceso que prendió la mecha de la revuelta en China.

A woman from Hong Kong holds a placard depicting Chinese President Xi Jinping, during in a solidarity protest against China's COVID-19 lockdowns, in Tokyo, Japan, November 30, 2022. REUTERS/Kim Kyung-Hoon

 

Kim Kyung-Hoon / Reuters

Ramon Aymerich ha escrito en estas páginas que “las protestas suponen un golpe a la autoridad de Xi. Una advertencia contra la arrogancia que ha guiado sus últimos pasos”. El colega apunta que los que han salido a la calle “son una minoría” pero “son también una fuerza transversal”. Nuevamente, vemos algo que siempre impacta: cuando la gente no tiene nada que perder, va a por todas. ¿La desesperanza del zombi será liberadora? Pecaríamos de optimistas si pensáramos eso. Las primaveras árabes nos enseñaron que no hay que confundir el ansia primaria de libertad y de justicia con la capacidad para organizar y sostener un cambio de statu quo. Las revueltas que se multiplican mediante las redes sociales –a pesar de la censura– crean la ilusión de un desenlace a la medida exacta de nuestras expectativas sobre la democracia, la libertad y la igualdad en el mundo. De Pekín a Doha, pasando por Teherán, Moscú y Melilla, nuestra conciencia se ve interpelada por vidas de zombis que compiten por nuestra atención. Se trata de una subasta que contrapone los principios morales al realismo de la geopolítica y las relaciones económicas. El Mundial de Qatar ha convertido este debate en una caricatura; en algunas tertulias de radio y televisión, la coartada del hipermoralismo sabe al sucedáneo del azúcar.

Hans Magnus Enzensberger –recientemente fallecido– retrató, en 1993, cómo somos: “No cabe duda de que nos hemos convertido en meros espectadores. Esto es lo que nos diferencia de las generaciones anteriores, que, cuando no eran personalmente víctimas, autores o testigos oculares, solo se enteraban de las tropelías a través de rumores, de leyendas blancas o negras. Lo que ocurría en otra parte solo se conocía de oídas. Todavía hacia mediados de nuestro siglo la opinión pública sabía poco o nada de los mayores crímenes de la época. Hitler y Stalin hicieron todo lo posible para mantenerlos en secreto. El genocidio era alto secreto de Estado. Y es que en los campos de exterminio no había cámaras de televisión”. 

Nuestra conciencia se ve interpelada por vidas de zombis que compiten por nuestra atención

Hoy, víctimas y verdugos aparecen en nuestro teléfono móvil y en nuestra tableta, en nuestros televisores, a todas horas. Los zombis de toda condición emiten sus mensajes entre la niebla de la actualidad y colocan, sin querer, un espejo ante nuestro estupor discontinuo. Nosotros podríamos ser –lo fuimos en otros tiempos– ellos.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...