En la Rambla de Barcelona, de los quince puestos de flores que hay, solo siete están en funcionamiento. Como escribiría Rajoy, ello significa que hay ocho cerrados. Probablemente para siempre, porque nadie toma el relevo. Ante ese panorama, el concejal Jordi Rabassa plantea convertir uno en un urinario público. La entidad Amics de la Rambla no está de acuerdo: por miedo a que el urinario se use de forma incívica.
El concejal Rabassa plantea convertir en urinario un puesto de flores
Pero más incívico es que la gente mee por la calle, como hace ahora. Convertir esas difuntas floristerías en urinarios me parece buena idea, y no lo digo irónicamente. En Barcelona –y no solo en la Rambla– faltan urinarios. No hay vespasianas como las que encontraban nuestros abuelos cuando salían a pasear y la próstata daba la alarma. “Han cambiado los hábitos de consumo”, dice Rabassa.
Puestos de flores, quioscos de prensa, cabinas telefónicas... Estructuras de un mundo en evolución, por decirlo suavemente. Ya hay quioscos donde, además de prensa, te ofrecen cafés, zumos y cajeros automáticos, porque hay zonas de la ciudad donde, para encontrar un cajero en el que sacar dinero, tienes que trotar más que en la Jean Bouin. En todo el mundo, cuando las cabinas telefónicas dejaron de funcionar, muchos letraheridos decidieron que serían ideales para convertirlas en lugares de intercambio de libros. Unas cuantas repisas y quien se quiere deshacer de uno lo deja y se lleva otro, si lo desea. Pero han sido un fracaso. Cuando la gente vacía estantes para liberar espacio para las diversas Alexas que tiene, los deja en la calle, sobre los contenedores o directamente dentro. El común de la gente ya no quiere libros. Creen que, si alguna vez necesitan uno, lo encontrarán en internet, pero llega el día y no lo encuentran. O sea que ni os pase por la cabeza convertir los puestos de flores en intercambiadores de libros, que os conozco. Mejor mingitorios, como propone Rabassa.