2025: ¿crisis geopolítica digital?

EL RUEDO IBÉRICO

2025: ¿crisis geopolítica digital?

Podría haber alguna relación entre la prudencia estratégica de las grandes corporaciones tecnológicas norteamericanas al mantener su músculo finan­ciero reduciendo sus inversiones y su personal­, y la evolución futura de la guerra de Ucrania que libran Europa y Rusia y la tensión que protagonizan Washington y Pekín­ en el estrecho de Taiwán y el mar de China?

Finaliza el 2022 y la lucha por la hegemonía tecnológica entre Estados Unidos y China aumenta, con una deriva geopolítica que se intensifica por la disputa que mantienen en el área geográfica de los trópicos alrededor de las materias primas críticas. En estos países se ubican muchas de ellas, que son administradas bajo soberanías estatales fallidas debido a la proliferación de dictaduras crueles, guerras civiles, corrupción o golpes de Estado sangrientos. Algo que se intensificará a medida que nos acercamos al 2025.

La razón está en que en torno a esa fecha viviremos una encrucijada que la revolución digital tendrá que resolver debido a una reducción significativa de la producción de las llamadas tierras raras por agotamiento de parte de sus reservas. Estas son elementos químicos que constituyen un club selecto dentro de las materias primas críticas que forman elementos como el cobalto, grafito, indio, litio, silicio, tungs­teno o bismuto, también esenciales, pero cuya extracción es menos costosa, está más distribuida mundialmente y cuenta con mayores reservas de las que disponemos detierras raras.

opi-4 del 26 novembre

 

Joma

Cuando hablamos de estas últimas nos referimos a 17 elementos con nombres tan anodinos como lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio, lutecio, escandio e itrio. Todos abundan en la naturaleza, pero escasean en yacimientos de pureza concentrada. De ahí que la separación de los minerales con los que se mezclan sea un reto tecnológico costoso porque su aislamiento requiere procesos químicos muy caros y complejos.

La importancia de este puñado de elementos reside en que sin ellos la revolución digital colapsaría. Internet los utiliza como componentes esenciales para la fabricación de fibra de vidrio, móviles y ordenadores, pantallas de plasma y tabletas. Así mismo, las energías renovables no avanzarían sin las tierras raras porque se emplean, por ejemplo, en las turbinas eólicas y las baterías que almacenan la energía. Pero donde más relevancia han adquirido en los últimos tiempos ha sido en la seguridad. Lo demuestra la guerra de Ucrania, donde la superioridad militar de las armas occidentales frente a las rusas se basa en capacidades y sistemas de combate que son más eficaces e inteligentes debido al empleo de tierras raras. De hecho, sin ellas no habría dispositivos de visión nocturna, drones, láseres de identificación de objetivos, satélites de seguimiento, tecnologías de sigilo o superaleaciones de blindados o de proyectiles.

La revolución digital deberá afrontar el agotamiento de las reservas de tierras raras

Su importancia ha escalado desde la Segunda­ Guerra Mundial. Primero, fundamentaron la investigación en física atómica y cuántica, así como en química. Después, contribuyeron a la aparición de los primeros equipamientos tecnológicos aplicados a procesos industriales en los años setenta. Y, finalmente, hicieron posible la revolución digital porque el smartphone nació a lomos de estos elementos químicos. Ahora, 16 de las 17 tierras raras son imprescindibles para que funcione un móvil. Gracias a ellos vibra, responde táctilmente a nuestros dedos o da más intensidad a la luz de la pantalla.

Por tanto, no podríamos tener una vida digitalizada sin estas tierras. Entre otras cosas, porque hacen posible que la producción y circulación de datos crezca exponencialmente. En este sentido, el despliegue de fibra de altas capacidades que requiere el 5G está ligado a su empleo. Si decreciera su producción o se amenazara, se comprometerían las expectativas de recuperación económica asociadas a la transformación digital de nuestras empresas, al crecimiento del poder innovador de nuestras plataformas y a la aparición de nuevos modelos de negocio basados en algoritmos cada vez más sofisticados y evolucionados que los actuales. Aquí, hay que recordar que en el 2020 el planeta produjo 67 zettabytes de datos. Fue durante la pandemia, pero la cifra palidece ahora ante la expectativa de que en el 2025 se producirán 180 debido a los despliegues de 5G y a la generalización de la internet de las cosas.

China disfrutará de una ventaja competitiva en la lucha por la hegemonía tecnológica en el 2050

¿Cómo se garantizará que los datos, que son el petróleo que alimenta de energía informativa la revolución digital, sigan creciendo y multiplicándose por treinta como lo han hecho desde el 2010 si escasean en tres años las tierras raras y si, además, son monopolizadas por China? Este es el problema más radical al que nos enfrentamos, ya que se prevé que en el 2025 el oro 2.0 que son las tierras raras estará en vías de agotamiento. Un problema que se agrava al saber que, además, será China el único país que tendrá a su disposición una cadena de suministro completa y autónoma de ellas. De este modo, disfrutará de una ventaja competitiva en la lucha por alcanzar la hegemonía tecnológica en el 2050, ya que podrá limitar el crecimiento de su rival estadounidense al disponer del 40% de las reservas de forma directa, a las que habrá que sumar indirectamente el 12% de Rusia y el 22% de Vietnam. Por el contrario, Estados Unidos apenas tendrá el 1%.

La búsqueda de materiales sustitutivos o la reapertura de antiguas minas es insuficiente debido al escaso margen de tiempo de que se dispone. Tampoco el desarrollo de tecnologías de minería que abaraten costes ni la investigación de nuevos materiales. Tan solo la victoria de Lula en Brasil ofrece una buena noticia, ya que tiene el 21% de las reservas mundiales y no parece muy dispuesto a alinearse con los intereses de China.

Con todo, el 2025 está ahí, a la vuelta de la esquina, y el siglo XXI va camino de añadir un riesgo más a la policrisis estructural que vive si la innovación científica que hace­ posible el uso de las tierras raras es bloqueada por una decisión estratégica china que comprometa el progreso tecnológico de Occidente. Si fuera así, esperemos que la famosa trampa de Tucídides no opere porque la cooperación prevalezca sobre la competencia y porque el poder de resiliencia del que habla Rifkin venga en nuestra ayuda.

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