A mi juicio, los conservadores españoles acaban de reincidir (esta vez de la mano de Alberto Núñez Feijóo) en un descomunal error que vienen reiterando arteramente desde hace años: abortar la negociación para renovar la cúpula judicial y el Tribunal Constitucional por estrictos intereses partidistas.
Mi razonamiento es el siguiente: 1) Existe en política un principio básico de validez universal no metafísico: que el interés general ha de prevalecer como regla general sobre el interés particular. 2) Que el interés general de España exige la consolidación, arraigo y respeto de sus instituciones políticas, en aras de la continuidad de su Estado democrático de derecho. 3) Que el poder judicial resulta clave a tal efecto, por fundarse la democracia en el respeto a la ley, y asumir los jueces y tribunales su defensa y la del Estado de derecho; lo que ambos hacen de un modo especial, como poder subsidiario y reactivo que son, en situaciones límite (como un golpe de Estado), en las que se produzca un vacío de poder a causa de la inhibición elusiva del Gobierno, que es a quien corresponde en primer término la defensa de las instituciones. 4) Consecuentemente, el gravísimo deterioro institucional que comporta la no renovación del Consejo General del Poder Judicial pone en riesgo el Estado de derecho y el sistema de democracia representativa alumbrado durante la transición, es decir, el régimen del 78, objeto de constante denigración por aquellos que quieren destruirlo desde dentro del sistema (los extremistas e independentistas de todo pelaje). 5) Por todo ello, es absolutamente prioritaria la renovación de la cúpula judicial y del Tribunal Constitucional.
Considero, por ello, que Núñez Feijóo debería haber culminado la negociación, contribuir a la renovación de ambas instituciones y explicar con rigor y detalle a todos los españoles dispuestos a escucharle que había adoptado esta decisión pese al trágala perpetrado por el presidente del Gobierno, al impulsar la reforma de la sedición como moneda de cambio que pagar a los independentistas catalanes por su apoyo a los presupuestos generales del Estado. Los votantes del Partido Popular y no solo estos, sino muchos otros españoles con sentido de pertenencia a España como proyecto compartido, lo habrían entendido, pues, a estas alturas, ya nos conocemos todos, sabemos de dónde viene cada cual, qué pretende y qué da de sí.
Por esta razón, los conservadores españoles no deberían plantear su oposición al presidente del Gobierno en el terreno de la reyerta partidista que este domina mejor que nadie. Pedro Sánchez es, en efecto, un hombre frío como un témpano y duro como el pedernal, posiblemente ligero de equipaje ideológico y cultural, pero que pone al servicio de su proyecto personal unas excepcionales cualidades de coraje, resistencia, capacidad de adaptación y ausencia de prejuicios. Va a lo suyo con determinación y sin complejos. Pero algunas de estas cualidades, llevadas hasta el extremo, generan a su vez los defectos que merman su credibilidad e hipotecan su futuro como político. De ahí surge su ausencia de autoridad moral, la desconfianza que suscita, su incapacidad para asumir un auténtico liderazgo, y su convicción de que puede convertirlo todo en objeto de cambalache y de que, al final, solo importa seguir en el poder. Los éxitos de su trayectoria son evidentes, y varios son los adversarios –quizá enemigos para él– a los que ha arrollado. ¿Dónde quedan la ambición desbocada de Rivera, la soberbia intelectual de Iglesias y la fragilidad manifiesta de Casado? Pero, pese a todo, quizá su carrera tenga aún recorrido si consigue marginar a Feijóo.
Feijóo debería haber acordado la renovación del CGPJ pese al trágala de Sánchez
Solo hay un camino para frenarle y evitar la inevitable quiebra de las instituciones y el desguace progresivo del Estado. Es centrar el debate público en las prioridades reales del país, poner por encima de todo la verdad y el interés general de España, explicar con llaneza las razones y no entrar jamás al trapo de sus desplantes. Al final, la balanza se inclinará por aquel que tenga mayor credibilidad.