Es 1 de octubre, una fecha que para el independentismo reluce más que el sol, porque demostró su capacidad de organización y su complicidad con la calle. Cinco años después, la gente que fue a votar recuerda aquella jornada con añoranza de lo que, como dice el bolero, pudo haber sido y no fue. Porque al final aquel ejercicio democrático sin amparo legal constituyó una manifestación de la voluntad de una parte importante de la sociedad catalana. Lo que no es poco, pero resulta insuficiente para sacar conclusiones. Y, además, tuvo su épica por la pésima gestión del gobierno de Rajoy, que reprimió sin contemplaciones a quienes solo querían poner la papeleta en una urna.
Pero, un lustro después, hemos visto como los mismos que organizaron la consulta y convocaron al voto no solo no se entienden entre ellos, sino que están al borde de la ruptura en la Generalitat. Y se ha dado el caso de que en el Parlament cada partido independentista presentó una propuesta distinta sobre lo que representó la jornada. E incluso la ANC cree que la secesión ya se proclamó y que lo que deben hacer los partidos es implementarla el año que viene.
El independentismo es incluso incapaz de ponerse de acuerdo en lo que significó el 1-O
Fue Lou Reed quien dijo que no le gustaba la nostalgia, a menos que fuera la suya. Eso lo podrían decir hoy muchos de los que sintieron aquella jornada lejana como su contribución a la historia. Lo que ocurre es que la añoranza es como una droga que impide ver las cosas como son. Y sobre todo cómo están. En estas mismas páginas el historiador Joan Esculies escribía en las últimas horas que las diferentes lecturas del 1-O y los intentos de apropiación de lo que fue lo han convertido en un lastre que no permite que el país progrese. Y Catalunya, mecida por documentales épicos y películas románticas de la jornada, bosteza entre la ensoñación y la nostalgia.
Cinco años después, Catalunya ni está más fuerte, ni está mejor. Con la sensación de que quienes proclamaron durante un nanosegundo la independencia no tenían ni una hoja de ruta, ni tampoco una sola complicidad internacional. El expresident José Montilla ha declarado que todo fue un engaño. A lo mejor solo fue un sueño. Con un amargo despertar.