Autocrítica

Autocrítica

La práctica de la autocrítica en política es muy inusual. Expresar dudas –o rectificar– sobre las propias posiciones es casi siempre valorado como debilidad, falta de consistencia y/o de coherencia. Lamentablemente, este sano ejercicio de revisión y evaluación es usado por los opositores sin escrúpulos, y por los propios, con temor y recelo. En este contexto, los estímulos (y recompensas) para ejercer la autocrítica en política son muy escasos.

Sin embargo, es imprescindible para una higiénica práctica política. “La autocrítica es saludable. La ausencia de la duda conduce a demasiados de los males del mundo”, afirma John Carlin al referirse al reciente libro del periodista científico David McRaney, How minds change (Cómo cambiar de opinión). ¿Cambiar de opinión puede ser útil políticamente? Depende, claro. Pero sí hay un camino interesante en la posible rentabilidad electoral de la autocrítica. Además de aprobación, buscamos ser aceptados y reafirmarnos en determinadas posturas, sin que nos cueste mucho esfuerzo. Hablamos para formar parte de tribus ideológicas y/o políticas donde nos reconocemos y movemos, muchas veces por instinto, cayendo una y otra vez en el conocido sesgo de confirmación, que valora nuestras ideas de forma positiva, ya que suelen coincidir con las de la mayoría que nos rodea y con la que solemos interactuar.

Las elecciones se ganan en el universo de sombras y claroscuros de las tierras de nadie

En un ecosistema de burbujas informativas, tratamos de desenvolvernos en aquellos entornos en los que nos sentimos más cómodos, importantes o felices. Y el cerebro, una vez más, se encarga de activar sistemas de recompensa (dopamina, serotonina) que cumplen su función y contribuyen a nuestro bienestar y complacencia. Pero las elecciones se ganan entre los que dudan o los que no saben, todavía. Admitir que estamos equivocados, que no tenemos razón o que existen otros puntos de vista sobre los que reflexionar resulta amenazante y perturbador. Aunque es especialmente relevante para los votos blandos y menos polarizados. Ahí está la llave… y la clave.

En política, estar seguro de algo con rotundidad es útil para los duros: es una señal tribal. Pero las elec­ciones se ganan en el universo de sombras y claroscuros de las tierras de nadie. Ahí, la propia duda es sana intelectualmente y útil electoralmente.

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