Las resacas conmemorativas son cada vez más fugaces. El sexagésimo aniversario de la muerte de Marilyn Monroe (4 de agosto) ha dejado una copiosa revisión documental y de referencias a libros, películas y teorías de la conspiración. A medida que pasan los años, el mito evoluciona y van quedando menos testigos del impacto de una muerte que suele responder más a la narrativa de la leyenda urbana que al rigor historiográfico. Como estímulo, la efeméride funciona: me ha impulsado a releer, con lentitud agosteña, el novelón El día que murió Marilyn (editorial Planeta), de Terenci Moix.
Publicado en diciembre de 1969, conservo el ejemplar de mi madre. Lo compró el día de Sant Jordi de 1971, en la librería Áncora y Delfín (ya no está), y le costó 230 pesetas. Debieron de coincidir con Terenci en alguna mesa porque la dedicatoria es de aquel mismo día: “A Teresa Pàmies, con mi admiración –que ahora aún debe limitarse a una odisea vital tan aleccionadora– y ahora será, ya, literaria. Con el afecto de”. Leído hoy el libro es brutal, audaz, moderno, excesivo, emocionante, romántico y, a ratos, increíblemente actual.
Leído hoy, el libro es brutal, moderno, audaz, emocionante, excesivo y romántico
La descripción de Sitges, atrapada por la transición de una posguerra en blanco y negro a la liberación clandestina de una doble vida viciosa, contrasta con el retrato de una Barcelona que, entre el amor y el odio, Moix describe con una ambición literaria total, casi temeraria. La ambición de explicar las tradiciones familiares elitistas y la peripecia de lo que, sin ambages, llama charnegada, o el circuito cerrado prostibulario al servicio de la Quinta Flota y, en la calle Escudellers, “la cadena de bares pederásticos colocados uno al lado del otro”. Y, por supuesto, el impacto de la muerte de una Marilyn Monroe que simboliza el año de la Gran Nevada y, para el narrador, el año en el que tiene veinte años y, tras una tragedia familiar, decide marcharse muy lejos, con toda la amargura y la esperanza del mundo. La Marilyn de Terenci, al que también recordamos por su nombre: “Muerta como los dioses antiguos, que siempre se encuentran solos en el pináculo de la adoración que despiertan, aquella Marilyn que luchó por convertirse en star cuando nosotros éramos pequeños nos abandonó cuando nuestra adolescencia acababa de morir”.