Durante el confinamiento adquirí la sana costumbre de salir a caminar al amanecer. Primero lo hacía en la terraza de casa, momentos insólitos de un silencio abrumador. Después recuperando las calles, las terrazas y hasta las playas de la Barceloneta. La magia de explorar lugares vacíos fue reemplazada progresivamente por la relativa normalidad que nos deparaba la pandemia en sus sucesivas oleadas. Pero ante todo se me fue evidenciando que Barcelona no está saliendo bien de este trance.
Paseo por el Eixample y en cada esquina encuentro basura desbordando los contenedores. Bordeo un parterre y en lugar del verdor esperado aparece una tierra desolada veteada por los sistemas de riego. Sigo por la Diagonal hacia paseo de Gràcia y contemplo la lenta remodelación de lo que pudo ser un hotel Four Seasons en un insulso edificio de apartamentos. No prosigo hacia Glòries porque, en lugar de continuar la amable remodelación del tramo anterior, debemos sufrir una eterna obra para implantar un tranvía que nadie sabe si vendrá. Así que continúo por la cuadrícula y voy topándome con New Jerseys, calles pintarrajeadas y ocurrencias varias –urbanismo táctico le llaman– mientras los grafitis degradan todas las paredes. Podría proseguir con decenas de ejemplos de lo que podría ser y no es hoy la ciudad de los prodigios: no al aeropuerto ampliado, restricciones a la movilidad, más ocupaciones, fomento de la turismofobia, sistemática desconfianza del sector privado... Pero eso sin duda sería un ejercicio cansino por repetitivo.
Sé que desde las filas de nuestra alcaldesa y los ideólogos que la rodean se tilda a los que así pensamos de elitistas. Que nuestra melancolía o nuestra rabia vienen de constatar que el poder haya pasado a manos de los que nunca antes lo tuvieron, obnubilando ello nuestro juicio. Pero yo les invito a que hagan balance de los ya más de siete años de gobierno municipal, frente a la tradición municipalista de la izquierda. No es necesario acudir a las ciudades italianas gobernadas durante décadas con sentido social y pragmatismo por el Partido Comunista. También en nuestro entorno hemos tenido excelentes regidores que poco tenían que ver con las élites de los poderosos, pero no desdeñaron tejer complicidades para lograr lo mejor para sus ciudades. Todos ellos sabían que necesitaban de la colaboración de empresarios y ciudadanos para que el sistema funcionara, constatando que la forma de mejorar la vida de los desfavorecidos era creando riqueza para repartirla.
El problema de Barcelona es que da la sensación de que quien la gobierna carece de un proyecto estructurado de ciudad y cubre dicha deficiencia con un conjunto de iniciativas cuyo efecto se pretende por arte de magia, cuando la acción municipal requiere un continuo trabajo de prueba y error. Porque, frente a socialistas y comunistas que llegaron al poder municipal después de años de debate interno y conscientes de los límites de la acción pública, quienes ahora lideran el Ayuntamiento provienen de las plataformas del activismo, estando aquejados de un cierto adanismo político, excusable tal vez en el 2015, pero no ahora. Víctor Lapuente, en su magnífico libro El retorno de los chamanes, describe bien este síndrome y, frente a la pretensión de que una pócima nos solucione los problemas, ofrece el antídoto en la acción sosegada de gobierno del modelo escandinavo.
Barcelona precisa hoy la colaboración estrecha del poder municipal con la iniciativa privada
Barcelona cuenta con un extraordinario potencial. El distrito 22@ es buena muestra de ello. Una historia de éxito, fruto de la colaboración público-privada en la que se conjuga lo mejor de la tradición industrial catalana con la nueva ola de empresas tecnológicas. El sabor de barrio del Poblenou y la suave brisa de la playa mediterránea combinados con una fuerte concentración de talento y creatividad multiculturales. Un entorno inmejorable para establecerse. Pero para que continúe lo iniciado hace veinte años bajo el mandato de Joan Clos es precisa la colaboración estrecha del poder municipal con la iniciativa privada. Solo así se construirán los equipamientos requeridos y se promocionarán viviendas a precios asequibles.
No confío en que un nuevo prodigio nos devuelva por arte de ensalmo a épocas más gloriosas, pero sí me consuela pensar que el día que encontremos la llave hacia una nueva gobernanza volveremos a brillar en el universo de las ciudades globales.