Que los políticos se acerquen al Liceu de manera extraoficial no es usual. Y menos que lo hagan atraídos por el ballet. El president Pere Aragonès asistió el sábado a la última de las representaciones de la exitosa Giselle del English National Ballet, esa revisión del clásico en clave rabiosamente contemporánea que el viernes también había seducido al ministro de Cultura, Miquel Iceta, acompañado del director del Inaem, Joan Francesc Marco. El president del Govern ocupó con su esposa los asientos 9 y 11 de la fila 8 de platea y pasó desapercibido para gran parte del público, aunque la responsable de protocolo acudió en su busca en el entreacto. Aragonès se había perdido la función de la tarde, que, según dijo la propia Tamara Rojo, suponía su despedida de los escenarios en España. La bailarina fue agasajada por el teatro con la insignia del Liceu y una foto numerada del Concierto del Bioceno. El boca a boca ha conseguido que esta Giselle que no deja indiferente lograra un lleno con el público aplaudiendo de pie, políticos
incluidos.