Hay medios de comunicación que lo describen como un puñetazo, pero cualquiera que haya visto el vídeo puede verificar que fue una bofetada. Una bofetada como las que daba Eddie Constantine en sus películas. Constantine fue un actor norteamericano que desarrolló su carrera en el cine europeo y que tenía la característica de –en vez de puñetazos, como es habitual en las películas– dar bofetadas a los hombres con los que se peleaba. Era espectacular.
No sé si Will Smith sabe quién fue Eddie Constantine, pero en la bofetada que la madrugada de ayer le atizó a Chris Rock no puedo dejar de ver un homenaje a aquel gran actor. Smith se cabreó por la broma que Rock hizo sobre la alopecia de su mujer. “That was a greatest night in the history of television”, dijo Rock tras el tortazo. Desde entonces el mundo se ha dividido en dos bandos: los que consideran que no se puede hacer broma de todo (los famosos límites del humor) y los que creen que nadie tiene derecho a responder con violencia a una puntualización irónica.
Tras el tortazo de Will Smith el mundo se ha dividido en dos bandos
Irónica o no, porque hace más de medio siglo, una vez el escritor inglés Anthony Burgess, que vivía en Mónaco, escribió una crítica demoledora de un libro del americano Norman Mailer. Mailer la leyó en la prensa de Nueva York, donde residía, se cabreó, fue hasta el aeropuerto, cogió un avión hasta París, en París cogió otro hasta Niza y en Niza un taxi hasta Mónaco. Le dio al taxista la dirección de Burgess. Cuando llegaron le dijo que por favor lo esperara un momento con el taxímetro en marcha, salió del taxi, llamó a la puerta de la casa, Burgess salió a abrir y, entonces, con toda la fuerza de la que era capaz un amante del boxeo como él, Mailer le arreó un puñetazo en la cara. Acto seguido volvió al taxi y fue al aeropuerto, para coger los vuelos necesarios para regresar a Nueva York, a casita.