La Agencia Internacional de la Energía (AIE) publicó ayer un decálogo de consejos para reducir el consumo de petróleo, ante el horizonte de una posible crisis del suministro derivada de la guerra de Ucrania. Entre dichos consejos figuran algunos que atañen directamente a los ciudadanos, como por ejemplo el de reducir la velocidad en diez kilómetros por hora en los desplazamientos por autopista, incrementar el número de trayectos a pie o en bicicleta, apostar por el teletrabajo, etcétera. Y otros que afectan a las instituciones, como ampliar el servicio de transporte público. Según la AIE, la adopción de tales medidas permitiría reducir el consumo en 2,7 millones de barriles de petróleo diarios. Son medidas que limitarían la dependencia del petróleo ruso y, al tiempo, ayudarían a sortear las consecuencias de la decisión de los países de la OPEP, que por ahora se muestran reacios a aumentar su producción de crudo.
Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Política Exterior, afirmó el miércoles de la semana pasada que era hora de reducir la dependencia energética de Rusia y animó a los ciudadanos europeos a limitar, con tal fin, el consumo doméstico de gas bajando la calefacción. Ana Botín, presidenta del Banco de Santander, explicó al poco que había bajado la temperatura de su domicilio a 17 grados centígrados, con el mismo propósito. Ambas declaraciones suscitaron rechazo en determinados sectores sociales.
La Agencia Internacional de la Energía aconseja un consumo responsable
Pero, a decir verdad, la crisis motivada por la invasión rusa de Ucrania ha generado altos costes, que tienen también su repercusión en las economías domésticas. E, indiscutiblemente, una de las maneras de reducir la dependencia de las fuentes de energía originarias de Rusia atañe directamente a los ciudadanos, que pueden aportar su grado de arena asumiendo ciertas privaciones, como aminorar la velocidad en la autopista o reducir un grado la temperatura en casa. A menos consumo, menos dependencia.
Podrá aducirse, claro está, que el principal problema relacionado con la energía es ahora para las economías domésticas el desorbitado incremento que ha experimentado su coste en los últimos meses. Por ello, la Administración debería concretar cuanto antes su anunciado propósito de topar el precio de la energía. Pero, aunque esto sucediera más pronto que tarde, el problema del encarecimiento del suministro y de su posible colapso seguiría ahí. Y, por tanto, toda colaboración para reducir el consumo energético es bienvenida, en particular cuando puede llevarse a cabo sin graves quebrantos.
Las condiciones de vida en Europa son, para una parte importante de la población, bastante confortables. Los estándares son altos y, como de costumbre, se hace incómodo ir a menos. Pero cuando hablamos de la guerra de Ucrania y de las economías asociadas a la guerra no estamos hablando de algo abstracto, sino real y tangible. España tiene una baja dependencia de la energía rusa. Pero para países como Alemania la situación es muy distinta, y la llamada a la colaboración ciudadana es comprensible y urgente. “Ahorra energía, combate a Putin”, el lema divulgado por oenegés medioambientalistas, es bien elocuente.
Además, existen otros motivos de peso para moderar el consumo, propios de un marco superior al de la actual guerra y asociados a la preservación del planeta. Motivos que se relacionan, especialmente, con la lucha contra la crisis climática. En definitiva, por uno u otro motivo es pertinente hacer únicamente el gasto energético imprescindible. Y sería impertinente incurrir en derroches que no son ahora lógicos ni, a medio y largo plazo, sostenibles.