Una calle de Belfast

Una calle de Belfast

Como hizo con Roma Alfonso Cuarón, o Almodóvar con Dolor y gloria, el actor Kenneth Branagh le ha escrito una carta de amor a su infancia. La película, autobiográfica, rememora la vida de aquel niño tímido y pecoso que fue y que a los nueve años tuvo que abandonar su tierra irlandesa (padres horrorizados con la violencia extrema del barrio) para abrirse camino en Inglaterra.

Su Belfast natal se nos presenta en blanco y negro. Protestantes y católicos conviven como vecinos respetuosos hasta que salta la chispa del sinsentido y el terrorismo de las almas. Década de los sesenta y música de los sesenta. Las escenas se circunscriben a una sola calle donde transcurre, cíclicamente, todo.

–Los irlandeses, para sobrevivir, solo necesitamos un teléfono, una cerveza Guinness y la partitura de Danny Boy.

Branagh le ha escrito una carta de amor a su infancia

A Branagh se le puede querer por su aspecto de ardilla inteligente, por dirigir Los amigos de Peter, por recordar sus años junto a una mujer como Emma Thompson, por esas bolsas bajo los ojos que valen oro, por saberse de memoria todos los papeles shakespearianos de la historia… Incluso, en el caso de servidora, por ser un actor que a pesar de regalarse en el cine ama profundamente el teatro.

Todos los actores necesitan (el resto también, claro, pero con menos épica), en algún momento de su vida, mirar atrás hacia el lugar de donde vinieron. Branagh lo ha hecho con acierto rememorando los adoquines de su calle y ha dedicado el resultado “a quienes se quedaron, a quienes se fueron, a quienes se perdieron…”.

Lo pienso sentada en la butaca del cine, rodeada de suficiente gente sonándose la nariz y secándose una lágrima como para pensar que este gremio no se acaba, y escuchando la frase que a Branagh le repetía su padre:

–Pórtate bien

–…

–Y si no te portas bien, ten cuidado.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...