El naufragio del peatón

El naufragio del peatón

Ser peatón en una ciudad como Barcelona es lo más parecido a pasar una prueba del Juego del calamar, donde podemos quedar eliminados si no somos capaces de sobrevivir a la calificada nueva movilidad. Seguramente, otros viandantes de grandes capitales pensarán lo mismo, aunque tengo el convencimiento de que a los barceloneses nos lo han puesto especialmente difícil eso de desplazarnos por las calles. En pocas capitales el peatón asume tanto riesgo a diario. No solo hay que disputar los pasos de los semáforos con un universo de artefactos (bicicletas, patinetes, monociclos, monopatines y hoverboards), sino que además las aceras –por donde a menudo también circulan los ingenios rodantes– están invadidas por terrazas de bar, aparcamientos improvisados de motos y, en ocasiones, por estos bloques de hormigón a los que denominamos New Jersey para que parezcan menos horrorosos y más cosmopolitas.

Existe un día mundial del Peatón (el 17 de agosto), instaurado por la OMS, pero no parece que haya interés en considerar al viandante el centro de la movilidad en la ciudades, a pesar de los discursos oficiales. Por cierto, esta fecha conmemora a la primera víctima de violencia vial. Se trata de Bridget Driscoll, que fue arrollada por un coche en 1896.

En pocas ciudades como en Barcelona los viandantes asumen tanto riesgo

Hace unos días me encontré con un vecino invidente, que me relató su aventura diaria para avanzar por aceras llenas de obstáculos, calzadas con andróminas para marcar carriles bici y un espacio público que se disputan toda suerte de ingenios mecánicos­ o eléctricos. El historiador Joan B. Culla escribía hace unos días en Ara que en Barcelona existe una guerra cultural contra el vehículo privado como concepto y una canonización entre ideológica y estética (entre el sectarismo y la moda) de bicicletas, patinetes y otros artefactos que con el comportamiento anárquico de sus usuarios amenazan la integridad de los peatones. Pero es más barato hacer carriles bici que mejorar el transporte público, permitiendo así a las autoridades apuntarse al zeitgeist, es decir, al espíritu de la época.

Ya lo escribió hace un siglo lord Thomas Robert Dewar, con su fina ironía: “Hay dos clases de peatones: los rápidos y los muertos”.

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