El primer libro de poemas que escribió Borges, Fervor de Buenos Aires, se lo dedicó a su ciudad alegando que, más allá de una mujer, fue su primer amor. La medida de las cosas. “Y la ciudad, ahora, es como un plano / de mis humillaciones y fracasos / desde esa puerta he visto ocasos / y ante ese mármol he aguardado en vano”.
Las ciudades son entes buenos, se dejan pisar diariamente por ciudadanos desconocidos y guardan los secretos que les sueltan durante siglos. A veces dejan que construyan templos eternos sobre su suelo y cuelguen estrellas en lo alto. Que les escupan. Las ciudades tienen paciencia, nos dejan jugar con ellas.
Las ciudades son entes buenos, se dejan pisar cada día por desconocidos
Observo que estos últimos días los barceloneses se dejan llevar por sus calles a la hora del sol, a por los últimos regalos y el cava con que brindar, a pesar de todo, con orgullo. Como un homenaje a esta ciudad algo magullada, que, sin embargo, cada mañana pone a nuestra disposición sus decorados para que la pisemos. Y sus bares.
La noche del 31, a las doce, hora de las brujas y antesala del toque de queda, cuando echemos definitivamente fuera de nuestras vidas este puñetero 2021, podremos entender mejor al Borges que un día dijo que había amado más ciudades que mujeres: “Las calles de Buenos Aires / ya son mi entraña / No las ávidas calles, / incómodas de turba y ajetreo / sino las calles desganadas del barrio / casi invisibles de habituales / enternecidas de penumbra y de ocaso”.
Levántese de la silla, el taburete, la ergonómica o el sofá de orejas y baje las escaleras, que la ciudad le espera. A patear el asfalto y, entrada la noche, en casita, sin chocolate ni churros. Mañana el adoquín no va a abandonarnos, es fiel a rabiar.