Vienen curvas para las democracias

EL MUNDO ANTE EL 2022

El prestigio de las democracia ya no es universal. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta el desenlace de la guerra fría –se cumplen treinta años de la implosión de la Unión Soviética–, los dos grandes modelos de gobierno eran las democracias capitalistas y los estados comunistas. Aquellos celebraban elecciones libres, estos eran alérgicos a dar voz al pueblo. Las democracias funcionaban, garantizaban el progreso y el bienestar mientras que los estados totalitarios se demostraron ineficaces, asfixiantes y, a la postre, inviables. Hoy en día, el panorama es borroso y un repaso a los acontecimientos previstos en el año 2022 induce a destacar que las democracias convencionales, ligadas a Occidente, Oceanía y Japón, afrontan un año con curvas, debilitamientos internos y tensiones exteriores. La noción de que una democracia es intrínsecamente la mejor forma de gobierno puede tambalearse en función, por ejemplo, de la forma en que afronten y superen los estragos económicos y sociales de la covid, asunto central del año que empieza.

El Capitolio puede acoger en noviembre a electos cuyas ideas no difieren de las de la turba

El prestigio de la democracia en el mundo es cosa de dos (Estados Unidos y la Unión Europea). El prestigio de los modelos autoritarios, también (Rusia y la República Popular China). La presidencia de Joe Biden se forjó en la prioridad electoral de los estadounidenses de no repetir un segundo mandato de Donald Trump. Lo inquietante es que todo aquello que representaba y decía el expresidente sigue ahí. La gran prueba de fuego serán las elecciones legislativas del midterm , en noviembre del 2022, que renuevan la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, pero sobre todo retratan al inquilino de la Casa Blanca y transmiten al resto del mundo la percepción de si es una presidencia sólida o débil. La sacralidad del Capitolio sufrió algo más que un asalto material el pasado enero y muchas de las ideas que galvanizaron a la turba no solo no han desaparecido sino que llevarán a muchos congresistas a la colina que divisa Washington DC y, en cierto modo, al resto del país. El papel polarizador de las redes, la fuerza de las fake news y la vulnerabilidad que transmite el presidente Joe Biden –véase la retirada de Afganistán, piedra en el zapato para la credibilidad de su “America is back! ”– son riesgos para el prestigio internacional de Estados Unidos y, por ende, de la democracia a ojos de la humanidad. El otro pilar de la democracia es la Unión Europea, que afronta su primer año sin el liderazgo de Angela Merkel y con la incógnita de quién ganará las elecciones al palacio del Elíseo la próxima primavera. La reacción de la UE, imperfecta pero resolutiva, con la vacunación y los fondos de reconstrucción, será más palpable a lo largo del 2022 y determinará si los europeos siguen confiando en Bruselas o ascienden las fuerzas euroescépticas, que tienen sus candidatos en la abierta carrera electoral francesa por la presidencia de la República. Es decir, otro envite a la salud democrática de Europa.

La salida de la pandemia dirimirá si las democracias pierden o ganan credibilidad

Frente a las incógnitas del mundo democrático, emerge un polo de gobernanza de los que ni dudan ni dejan dudar. Nos referimos a la Rusia del presidente Putin, zar de facto desde 1999, y a la China de Xi Jinping, el primer líder comunista que no solo no se distancia de Mao Zedong sino que trata de sucederle en cuanto a control de todos los resortes (Partido Comunista, Gobierno y ejército). Aunque sus intereses divergen y en algunos aspectos son incompatibles, Moscú y Pekín se erigen –como en los años cincuenta del pasado siglo– en una referencia para el resto del mundo: estabilidad, crecimiento económico y mano dura. Cuando el presidente Joe Biden convocó una suerte de cumbre de­mocrática mundial –vía telemática– a mediados de diciembre, la reacción de los grandes excluidos, Putin y Xi Jinping, fue inmediata y contundente: declaración común, dominada por las sonrisas, y exhibición de su “modelo de coordinación”, antesala de una eventual alianza. Dos son los focos de tensión de los bandos en liza: Ucrania y Taiwán. Y ambos son presentados como innegociables por Moscú y Pekín. Si descontamos que los habitantes de ambos países bajo el foco tienen derecho a pensar por su cuenta, la UE y la OTAN se verán obligadas a conjugar el apoyo a la voluntad occidental de muchos ucranianos con el realismo de la geografía y el no menos tangible poder militar de Rusia en el vecindario. En cuanto a Taiwán, corresponde a la República Popular mantener el pragmatismo –sin renunciar al principio de una sola China– que ha garantizado la prosperidad de Asia Oriental.

Rusia y China actúan sin complejos y dan alas al concepto emergente de las ‘falocracias’

Rusia y China actúan ya de forma desacomplejada en el mundo e influyen conjuntamente puesto que proyectan la teoría de que el autoritarismo es tan o más eficaz que la democracia ante las grandes crisis. De ahí el nuevo concepto de las falocracias –muy en boga en los medios anglosajones– que engloba esta inquietante pujanza de países autoritarios donde el papel de las mujeres es secundario y, en el peor sentido, tradicional. Ahí encajarían tres gigantes de menor rango como Turquía, India y Brasil. Hay que alertar del riesgo de una victoria electoral aplastante en el influyente estado de Uttar Pradesh del BJP, el partido hinduista del primer ministro Narendra Modri, cuya consolidación supondría el final del modelo de convivencia con musulmanes y otras minorías.

El mundo árabe también presenta incertidumbres, algunas muy cercanas a España, como el creciente antagonismo entre Argelia y Marruecos que se dirime en el Sahara y el ámbito energético, mientras el otro Estado relevante del Gran Magreb, Libia, continúa varado en la inestabilidad y el caos, recordatorio del fracaso de las primaveras árabes . En Oriente Medio, la pugna que observar la protagonizan la República Islámica de Irán –que sigue adelante con su programa nuclear– y Arabia Saudí y otras monarquía del Golfo, con el valioso respaldo de Israel, el único país de los citados al que bajo ningún concepto se puede asociar a las falocracias por su tradición democrática y de género.

Singularmente, el 2022 acoge dos acontecimientos deportivos que reforzarán la interrelación entre política y competición y la pugna entre democracias y autoritarismos. Se trata de los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín, el próximo febrero, y el estrambótico Mundial de fútbol de Qatar del 21 de noviembre al 18 de diciembre, fechas in­sólitas que ya anticipan nuevas controversias sobre los pujantes modelos autoritarios, más desacomplejados que nunca. Esto y todo lo demás dependerá de si la vacunación se extiende por los cinco continentes y desaparecen las restricciones­ de movimiento y otras libertades esenciales. Un año de curvas para las democracias.

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