Las fotos de las áreas devastadas por el fuego en California evocan el paisaje apocalíptico de la novela de Cormac McCarthy La carretera , llevada al cine por John Hillcoat. O el de aquella portada distópica de los punkies Dead Kennedys, California über alles . Coches ardiendo en la acera de Main Street con los edificios reducidos a esqueletos y una niebla anaranjada que abrasa el ánimo. En la ficción de McCarthy, la destrucción la causaba una catástrofe de origen incierto. Curiosamente, en la vida real, la dimensión pavorosa de los incendios cabe atribuirla a un factor que buena parte de la sociedad considera también dudoso: el calentamiento global. Pero los científicos no vacilan. Están convencidos de que la climatología extrema de los últimos años es en buena parte culpable de las más de 65.000 hectáreas calcinadas este verano en Grecia, de las 160.000 en lo que va de año en Turquía o de las 175.000 del incendio Dixie en California. Ojalá la inminente ola de calor no tenga también un alto coste en nuestro lado del Mediterráneo.
El nuevo informe del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) se ha publicado en medio de estas catástrofes forestales. De hecho, la coincidencia puede servir para que mucha gente se percate de la gravedad de la crisis climática. Se quema el bosque que vemos desde la ventana. La guerra, por decirlo a la manera de Martha Rosler, entra en el salón de casa. La foto del oso desubicado o la del casquete polar convertido en un yogur cremoso son tal vez demasiado distantes para despertar conciencias.
Las reacciones al informe del IPCC, como se puede leer en Sociedad, fueron ayer contundentes. Apuntan en dos sentidos: conviene acelerar el fin de las emisiones de dióxido de carbono, por un lado, y hay que empezar a adaptarse a los efectos irreversibles de tantos años de negacionismo o de medidas timoratas, por otro. Adaptación va a ser una palabra clave en el futuro inmediato. Adaptarse a la aniquilación de espacios naturales; adaptarse a las oleadas masivas de refugiados climáticos; adaptarse a ver edificios en primera línea de mar sacrificados; o adaptarse a la decadencia de costumbres entrañables del mundo de ayer, como la práctica de los deportes de nieve.