Aterrizando en La Ricarda

Aterrizando en La Ricarda

Al empresario norteamericano Henry Ford se le atribuye la frase que la mayoría de las personas “gastan más tiempo y energías en hablar de los problemas que en afrontarlos realmente”. Sobre el debate de la ampliación de la tercera pista del aeropuerto de El Prat hemos conocido muchas opiniones a favor y en contra, y muy posiblemente todos tienen parte de razón. Los sectores económicos que defienden la necesidad del plan por el efecto positivo para la economía (ayer lo hicieron Foment, Pimec y el Gremi d’Hotels) ­tienen toda la razón, como los sectores ecologistas que desean ­preservar el entorno natural de La Ricarda. Llevamos muchas se­manas escuchando razonamientos de unos y otros sin salir de este bucle, mientras el tiempo va pasando y se acerca la fecha límite fijada por Aena para aprobar la inversión de 1.700 millones de euros en el proyecto.

Vamos por tanto a afrontar el problema en lugar de hablar más sobre él. Como frontispicio, Barcelona necesita hacer más grande su aeropuerto si queremos tener vuelos intercontinentales (la pista larga actual no se utiliza para no molestar a los vecinos y la corta es justamente eso: corta). Es necesario también construir la terminal satélite. Si se dice que no a Aena y renunciamos a esta partida, El Prat se quedará como paraíso de los low cost y mejor que proyectemos un AVE con destino a Barajas, que será el nuevo aeropuerto de los catalanes para vuelos de larga distancia. No hay alternativa.

Por tanto, sí a la ampliación. Segundo tema: se tiene que hacer afectando lo mínimo posible a la reserva natural. ¿La ampliación tiene que ser forzosamente de 500 metros? ¿Puede ser de 300 o 200 metros? ¿Se puede compensar la afectación de La Ricarda con otro nuevo espacio más amplio como ya sucedió cuando se desvió el cauce del río Llobregat? Hay que valorar que cualquier proyecto que se plantee debe ser respaldado por la UE. No hay lugar para cacicadas.

Por tanto, lo más sensato sería decir sí a Aena, que cumpla con su obligación de invertir en Barcelona ­como hace en Madrid, y después que todas las partes implicadas busquen la mejor solución medioambiental, pero no se puede dejar escapar esta oportunidad. Así de claro.

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